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El cristianismo ortodoxo ha insistido en que la expiación implica sustitución y satisfacción. Al llevar sobre sí mismo la maldición de Dios, Jesús satisfizo las demandas de la justicia santa de Dios. Recibió la ira de Dios por nosotros, salvándonos de la ira venidera (1 Ts 1:10).
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¡Cuán fructífero es creer en las promesas de Dios y cuan estéril es una vida de incredulidad! No es sorprendente que al saber de la gran cosecha que viene al creer en las promesas, el diablo se sienta obligado a atacar nuestra fe en las promesas—no tanto nuestra fe en la verdad de ellas, como en la fe por la cual aplicamos esas promesas a nosotros mismos—.
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El regalo y legado de la Reforma que se nos ha confiado es el redescubrimiento de las doctrinas bíblicas plasmadas en las cinco solas.
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Calvino siempre avivaba las llamas de su alma por medio de una actitud de devoción y oración. Él confesó: “Dos cosas están unidas: la enseñanza y la oración; Dios quiere que aquel a quien Él ha enviado a enseñar a su iglesia esté dedicado a la oración”.
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Es el deber y privilegio de cada cristiano estar unido a la iglesia de Cristo. También, es nuestra solemne responsabilidad no dejar de congregarnos con los santos en adoración corporativa, estar bajo el cuidado y disciplina de la iglesia, y estar activamente involucrados como testigos en la misión de la iglesia.
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Spurgeon era tan valiente como un león al proclamar el mensaje salvífico de Cristo. Su valentía venía de su confianza en que el Espíritu Santo cambiaría los corazones de los que han sido escogidos para creer en Cristo. En pocas palabras, Spurgeon sabía que el Espíritu garantiza que la Palabra de Dios no volverá vacía. La gracia irresistible es una gracia triunfante.
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