¿Qué hay que hacer para recibir las promesas de Dios?

El uso correcto de las promesas de Dios

Edward Leigh comienza su capítulo sobre el uso correcto de las promesas diciendo: “El uso correcto de ellas es un medio para endulzar todas nuestras aflicciones, confirmar nuestra fe, animarnos al bien hacer y generar [contentamiento] de mente en todos los estados y condiciones”. Si esos beneficios vienen del uso correcto de las promesas, estamos obligados a preguntar lo que eso implica. Sugerimos que el uso correcto de las promesas implica creer en ellas, aplicarlas (dependiendo de ellas) y orando por ellas.

Estas exhortaciones pudieran parecer superficiales, pero no lo son. Cuán difícil es a veces creer en la Palabra de Dios; cuan olvidadizos somos para aplicar sus enseñanzas en la vida real y para depender de la Palabra cuando hay otros respaldos disponibles y ¡cuán reacios somos para tomar las promesas de Dios en oración! Tales exhortaciones se nos deben presentar regularmente si hemos de beneficiarnos de las promesas de Dios.

Debemos creer en las promesas de Dios

Muchos de nosotros sabemos que las Escrituras están llenas de las promesas de Dios. Muchos de nosotros podemos citar algunas de esas promesas si somos llamados a hacerlo. Pero, algunos pocos de nosotros realmente las creemos y pocos de nosotros podemos testificar de momentos en los cuales las promesas han endulzando nuestras aflicciones amargas, han confirmado nuestra fe débil y vacilante bajo la prueba, nos han obligado a nuestro deber frente a la adversidad o nos han dado contentamiento inexplicable en un momento de perturbación y agitación.

Pocos de nosotros conocen la consolación de Jeremías, que, después de lamentar el juicio de Dios sobre Jerusalén, encontró consuelo duradero en el pacto de la promesa de Dios. En Lamentaciones 3:21–23, el profeta dice: “Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron Sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es Tu fidelidad”. Sabemos que las promesas de Dios son verdaderas y que se nos han dado, pero muy a menudo dejamos de dar el paso elemental de creer lo que Dios ha prometido y así dejamos de disfrutar de sus frutos.

Lo que el autor de Hebreos dijo de Israel en el desierto a menudo describe nuestro fracaso al creer las promesas de Dios: “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Heb. 4:2). Como dice Hebreos 3:19, “Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad”. Si Israel hubiera creído, hubiera disfrutado de la substancia de las promesas de Dios, es decir, Su descanso.

De esta manera, debemos clamar a Dios como el padre del niño con el espíritu inmundo: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24), sabiendo que mientras lo hacemos, Dios será tan bueno con nosotros como Cristo lo fue para ese padre. Perdonará nuestra fe débil y obrará por Su Espíritu para aumentar nuestra fe para que no dejemos de disfrutar en Cristo de todo lo que Dios nos ha prometido. Cuando nos enfrentamos con las promesas de Dios, no seremos “de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Heb. 10:39).

La necesidad de una fe activa y vital en las promesas de Dios es descrita en 2 Pedro 1:4, donde se nos dice que es a través de ellas o a través de creer en ellas, que nos convertimos en partícipes de la naturaleza divina y escapamos de la corrupción que está en el mundo por causa de la concupiscencia pecaminosa. Mientras que estar unidos a Cristo y consagrados a Dios es un acto soberano de Dios sobre nosotros y no algo que logramos nosotros mismos, aún es verdad, como Pedro sigue diciendo en los versículos 5-11, que disfrutamos estar en Cristo y estar apartados para Él en una experiencia diaria al apropiarnos de esta unión y la consagración a través de la fe. Mientras que esta fe es dada divinamente, podemos disfrutar experimentalmente solo a través de ella.

Esta fe no es solo un consentir, sino también un aferrarse. Por esa fe nos adherimos a las promesas; es una fe que da la bienvenida a las promesas, las aplaude, las abraza y las besa. Cuando nuestros corazones se aferran así a las promesas de Dios, entonces, como Simeón, tomamos a Cristo en nuestros brazos (Lc. 2:28).

Andrew Gray dijo que la ganancia inexplicable que viene a un cristiano a través de las promesas es disfrutada a través del acto de creer en ellas, que, al creer en las promesas, el alma “se eleva en una semejanza y conformidad a [Cristo] en santidad, sabiduría y justicia”.  No podemos esperar experimentar las bendiciones de Cristo si no creemos sinceramente en lo que Dios ha dicho. Como señaló Gray: “Deben ser nuestra base, para que el fruto de todo llegue a Él a través de creer las promesas y aplicarlas”.

Una teología puritana

Una teología puritana

Joel Beeke & Mark Jones

Una Teología Puritana: Doctrina para la Vida ofrece una exposición innovadora de la enseñanza de los puritanos sobre la mayoría de las principales doctrinas reformadas, en particular aquellas doctrinas en las que los puritanos hicieron contribuciones significativas.

La importancia de creer en las promesas de Dios

  1. Creer en las promesas promueve grandemente la difícil tarea de mortificar el pecado. Como nos dice 2 Corintios 7:1: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.
  2. Creer en las promesas ayuda a los cristianos en la tarea espiritual y celestial de la oración. En 2 Samuel 7:27, cuando David recibió la promesa de Dios, concluye: “Por esto Tu siervo ha hallado en su corazón valor para hacer delante de Ti esta súplica”. En el Salmo 119:147, dice: “Me anticipé al alba, y clamé; Esperé en Tu palabra”.
  3. Creer en las promesas sostiene al cristiano afligido por el abandono espiritual y las tentaciones, pues “la fe ve la mañana acercándose en el tiempo de gran problema” (cf. Sal. 94:18; 119:81).
  4. Creer promueve la paciencia y la sumisión en medio de las aflicciones más tristes. Como escribe David: “Ella es mi consuelo en mi aflicción, Porque tu dicho me ha vivificado” y “Si Tu ley no hubiese sido mi delicia, Ya en mi aflicción hubiera perecido” (Sal. 119:50, 92).
  5. Creer ayuda a un cristiano a distanciarse del mundo y vivir más como un peregrino en la tierra. Hebreos 11:13 nos dice que los patriarcas murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero reconociendo la verdad de ellas porque las cosas prometidas no se encontrarían en la tierra, sino en Dios (v. 16). Experimentaron las promesas como “extranjeros y peregrinos”.
  6. Creer es la madre de mucho gozo espiritual y consuelo divino y ayuda al cristiano a expresar adoración. La esperanza de David en las promesas lo movían a decir al Señor, “Mas yo esperaré siempre, Y te alabaré más y más” (Sal 71:14). Pedro habló de gozo inexpresable por lo que las promesas dicen sobre Cristo y sobre la seguridad de que son nuestras mientras esperamos en Él (1 Pe. 1:8-9).
  7. Creer es un medio importante para conseguir la vida espiritual (Isa. 38:16; Sal. 119:50). Gray preguntó: “¿En qué momento nuestros corazones están muertos en nuestro interior como una piedra y somos como los que están entre los muertos? ¿No es porque no hacemos uso de las promesas?”
  8. Creer eleva la estima de los creyentes hacia aquello que ha sido prometido. Gray preguntó: “Por qué nos tomamos poco en serio las cosas del pacto eterno: ¿Es esto Zoar, algo pequeño? ¿Es porque no creemos?” Continuó: “Si tuviéramos fe como un grano de mostaza, clamaríamos: ‘Cuán excelentes son estas cosas, que son compradas para los santos y cuán eternamente han sido formadas, que tienen derecho a una línea del pacto eterno, que está correctamente ordenado en todas las cosas y es seguro’.
  9. Creer es la puerta a través de la cual entra el cumplimiento de las promesas (Lc. 1:45; Is. 25:9). Gray dijo: “La fe hace que nuestros pensamientos asciendan y la creencia errónea hace que nuestros pensamientos desciendan, con relación a las misericordias del cielo”.
  10. Creer asegura la ventaja mencionada en 2 Pedro 1:4: Somos traídos a la bendita conformidad con Dios que perdimos en la caída y nos despojamos de la horrible corrupción que son imágenes de Satanás en nuestras almas por causa de la caída.

Por tanto, ¡cuán fructífero es creer en las promesas de Dios y cuan estéril es una vida de incredulidad! No es sorprendente que al saber de la gran cosecha que viene al creer en las promesas, el diablo se sienta obligado a atacar nuestra fe en las promesas—no tanto nuestra fe en la verdad de ellas, como en la fe por la cual aplicamos esas promesas a nosotros mismos—.

William Spurstowe, haciendo eco de Leigh y Gray, nos advirtió a no descansar en “una fe general, que no va más allá de asentir a las promesas del Evangelio como verdaderas; pero no se dispone a recibirlas y abrazarlas como bien”. La verdadera fe no es solo un acto de entender, sino una obra del corazón, como nos dice Romanos 10:10, señaló. La verdadera fe aprueba a la verdad de la promesa para que se acerque a Cristo y abrace el fruto de la promesa, entregándose a Él para vida y felicidad. En efecto, el peligro de una fe que simplemente asiente es visto en Simón el Mago (Hch. 8:13, 23), las multitudes que escucharon a Cristo ( Jn. 2:23) y las cinco vírgenes insensatas (Mt. 25:11), de las cuales cada una creyó que las promesas de Dios eran verdaderas, pero no las recibieron y las abrazaron como buenas.

Cuan grande es la distancia entre la fe que asiente como la de los demonios (Mt. 8:29) y la fe que confía como la de los creyentes (Mt. 16:16), pues una es una simple creencia mientras que la otra es confianza divina. Las Escrituras hacen esto claro al describir la fe que confía de un verdadero creyente como una que es fuerte y que persevera en Dios (Is. 50:10), que confía en Él (Is. 26:4), que lo recibe (Col. 2:6) y que viene a Él ( Juan 6:36), “de las cuales todas estas expresiones hablan de los afectos y emociones del corazón hacia Cristo al adherirse y aferrarse a Él, lo cual solo puede ser hecho por creyentes”.

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Este artículo sobre las promesas de Dios fue adaptado de una porción del libro Una teología puritana, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace. Las notas al pie que no se incluyeron en este artículo son referenciales y no explicativas.

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Páginas 456 a la 459

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