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Cristo no está físicamente presente en la Cena del Señor, sino que vive físicamente en el cielo, la verdadera presencia espiritual de Cristo en la Cena no es tanto Su venida para estar con nosotros, sino nuestro arrebatamiento al cielo para estar con Él, al unirnos a Él en los lugares celestiales.
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Aquí Jesús no solo se identificó con el pecado de su pueblo, también fue ungido por el Espíritu Santo para el ministerio. En un sentido esta fue la ordenación de Jesús. Aquí empezó su vocación como el Cristo.
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Los israelitas debían untar la sangre en los marcos de sus puertas precisamente porque eran tan culpables como los egipcios y, si querían evitar el juicio de muerte, necesitaban a un sustituto que muriera en su lugar. La sangre sería untada en los postes de las puertas no porque Dios no pudiera distinguir quién vivía en cada casa, ¡sino porque puede! Él sabe que hay pecadores dentro.
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Si la Pascua era un símbolo, la realidad es Cristo. Él es nuestro Cordero pascual, quien murió en nuestro lugar. Él es el cumplimiento de la promesa hecha en la Pascua.
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