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Mientras más me expongo a la Palabra de Dios, tanto más grande será mi fe. De la misma manera, si soy negligente en la lectura de las Escrituras, me expongo a que las ideas fluyan desde el mundo secular hacia mi cabeza, lo cual puede atenuar el ardor de mi fe. Entonces necesito regresar a la Palabra. Mientras leo las Escrituras y digo: «Sí, eso es verdad», mi alma es avivada. Es por eso que necesitamos estar en la iglesia cada domingo en la mañana y no descuidar tales reuniones (Heb 10:24-25). Necesitamos con urgencia esos momentos para concentrarnos en escuchar la Palabra de Dios.
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La celebración de la Cena del Señor involucra un tiempo santo de tres maneras distintas. Primero, mira al pasado, instruyendo a los creyentes a recordar y anunciar la muerte de Cristo con esta observancia. Segundo, se enfoca en el momento presente de celebración, en el cual Cristo se reúne con Su pueblo para nutrirlo y fortalecerlo en su santificación. Tercero, mira al futuro, a la esperanza certera de su encuentro con Cristo en el cielo, donde participarán de la cena del Cordero y Su esposa.
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Aquí Jesús no solo se identificó con el pecado de su pueblo, también fue ungido por el Espíritu Santo para el ministerio. En un sentido esta fue la ordenación de Jesús. Aquí empezó su vocación como el Cristo.
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El cristianismo ortodoxo ha insistido en que la expiación implica sustitución y satisfacción. Al llevar sobre sí mismo la maldición de Dios, Jesús satisfizo las demandas de la justicia santa de Dios. Recibió la ira de Dios por nosotros, salvándonos de la ira venidera (1 Ts 1:10).
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Que la Biblia describa un pecado como “imperdonable” desencadena el temor en los corazones de aquellos que piensan que quizás lo han cometido.
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El cristianismo ortodoxo ha insistido en que la expiación implica sustitución y satisfacción. Al llevar sobre sí mismo la maldición de Dios, Jesús satisfizo las demandas de la justicia santa de Dios.
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Es el deber y privilegio de cada cristiano estar unido a la iglesia de Cristo. También, es nuestra solemne responsabilidad no dejar de congregarnos con los santos en adoración corporativa, estar bajo el cuidado y disciplina de la iglesia, y estar activamente involucrados como testigos en la misión de la iglesia.
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