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Creo que es bíblico decir que lo que nos distingue como pueblo de Dios es la manera como respondemos a Su presencia. Aquellos que le pertenecen valoran y buscan Su presencia.
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La Biblia enseña que Jesús es real y verdaderamente Dios, la segunda Persona de la Trinidad. Y enseña ese hecho asombroso una y otra vez, en un vasto número de maneras.
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Dios no quiere ser servido en una forma que implique que estamos supliendo Sus necesidades u ofreciéndole algo que no es legítimamente Suyo.
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Juan vio de qué manera lo logran los santos: “Ellos lo vencieron por la sangre del Cordero y por la palabra que ellos proclamaron” (Apocalipsis 12:11).
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La autoridad de Dios es Su derecho de decir a Sus criaturas lo que deben hacer. El control tiene que ver con Su poder; la autoridad tiene que ver con Su derecho. El control significa que Dios hace que todo suceda; la autoridad significa que Dios tiene el derecho de ser obedecido y, por tanto, nosotros tenemos la obligación de obedecerle.
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Si estamos continuamente expresando inconformidad con nuestra apariencia física, no es algo que debemos tomar a la ligera. Nuestro descontento con nuestro cuerpo no es algo inofensivo, y tampoco es una razón legítima para sentir lástima de nosotras mismas. Si Dios nos hizo teniendo cuidado de cada detalle, con Sus propias manos, entonces podemos confiar en Su sabiduría y Su bondad.
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