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La oración en Juan 17 es especialmente importante porque Jesús la ofreció la noche anterior a Su crucifixión, lo cual es el clímax de Su obra en la tierra. De esta manera, Burgess pregunta a sus lectores: “Si las palabras de un hombre agonizante deben considerarse mucho más, ¿cuánto más las del Cristo agonizante?”
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Dios nos hace orar porque allí debemos testificar el deseo y alta estima que tenemos por la misericordia pedida. ¿No decimos que es de poco valor aquello por lo que no vale la pena pedir? (…) De ahí es que Dios ama las oraciones de lucha y fervor.
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¡Cuán fructífero es creer en las promesas de Dios y cuan estéril es una vida de incredulidad! No es sorprendente que al saber de la gran cosecha que viene al creer en las promesas, el diablo se sienta obligado a atacar nuestra fe en las promesas—no tanto nuestra fe en la verdad de ellas, como en la fe por la cual aplicamos esas promesas a nosotros mismos—.
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Cualquiera que se compromete a cualquier cosa en la religión o la adoración divina sin [la ordenación o designación de Dios], además de ella, más allá de ella, es un transgresor y por lo tanto adora a Dios en vano.
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