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Dios creó las emociones para que pudiéramos expresárselas a Él. Él no espera que las mantengamos reprimidas. Pero tampoco quiere que las derramemos ante otras personas en chismes, calumnias o quejas. Lamentablemente, el primer instinto de muchas mujeres es desahogar sus emociones en las redes sociales en lugar de derramar sus corazones delante de Dios.
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Es posible que no seamos capaces de rastrear la fuente de cada emoción, pero podemos saber lo que Dios quiere que hagamos con cada emoción: llevarla a Él. Y esta, amigas, es la lección más importante de todas.
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Si estamos continuamente expresando inconformidad con nuestra apariencia física, no es algo que debemos tomar a la ligera. Nuestro descontento con nuestro cuerpo no es algo inofensivo, y tampoco es una razón legítima para sentir lástima de nosotras mismas. Si Dios nos hizo teniendo cuidado de cada detalle, con Sus propias manos, entonces podemos confiar en Su sabiduría y Su bondad.
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La mujer que decide mirar a Dios cuando es maltratada llegará a ser más hermosa a través del sufrimiento. En su cara no se verán las marcas de la amargura ni un rostro perturbado.
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