¿Qué es la Pascua según la Biblia?
La Pascua es un evento significativo para la formación de la identidad israelita y para la historia bíblica, así que es fácil verlo y enseñar sobre él como si fuera un evento aislado. Pero en realidad es la décima plaga. Es el clímax del gran conflicto entre Moisés y Faraón, entre el Dios de Israel y los dioses egipcios. Dios dice: “… ejecutaré Mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo soy el SEÑOR” (Éxodo 12:12). Debido al endurecimiento del corazón de Faraón, esta sería una batalla hasta la muerte. Y Éxodo 12 es un capítulo de muerte.
A medianoche el SEÑOR hirió de muerte a todos los primogénitos egipcios, desde el primogénito de Faraón en el trono hasta el primogénito del preso en la cárcel, así como a las primeras crías de todo el ganado. Todos en Egipto se levantaron esa noche, lo mismo Faraón que sus funcionarios, y hubo grandes lamentos en el país. No había una sola casa egipcia donde no hubiera algún muerto (Éxodo 12:29-30).
No pudo haber sido más abarcador. Después de medianoche se escuchó una voz en Egipto, lamentando la muerte de su querido hijo. Pronto, a esa voz se le unió otra. Y luego otra. Y mientras los lamentos seguían, las personas iban despertando y encontraban a sus primogénitos muertos. En medio de la oscuridad de la noche, “hubo grandes lamentos en el país” (12:30).
Significado de la Pascua
La batalla entre Dios y Faraón ha alcanzado su conclusión fatal. Antes de que amanezca, Faraón llama a Moisés y a Aarón para ordenar que los israelitas se vayan. Toda la población de Egipto se unió a esta petición. Así que los israelitas salen a toda prisa —una prisa simbolizada por el hecho de que ni siquiera pudieron leudar su masa (vv 34, 39), tal como Dios lo había planeado. Lejos de negarse a dejar ir a los esclavos israelitas, los egipcios incluso les pagan para que se vayan. Les dan plata, oro y ropa —un botín que Dios ganó para Su pueblo. Salieron cerca de 600,000 hombres, más todas las mujeres y los niños (v 37).
Sus números se incrementaron por “gente de toda laya [es decir, clase]” (v 38) —es posible que algunas personas simplemente aprovecharan el acto de liberación, o quizá algunos llegaron a adoptar la fe de Israel. Después de todo, Dios había enviado las plagas “para que [Su] nombre sea proclamado en toda la tierra” (9:16). Todo esto se lleva a cabo tal como Dios le había prometido a Abraham (12:40-42; ver Gn 15:12-16).
Parecería que aquí se nos presenta un modelo de liberación sociopolítica. Y la realidad es que no es menos que eso. Vemos el cuidado de Dios por los oprimidos. Gran parte de las leyes que Él le da a Moisés tienen que ver con el cuidado de los pobres y vulnerables. Y la razón que Dios da una y otra vez es la experiencia propia de Israel en su liberación (Éx 22:21; 23:9; Lv 25:42, 46, 55; Dt 5:15; 10:19; 15:15; 24:17-22).
En su libro Exodus and Liberation [Éxodo y liberación], el historiador John Coffey explora la manera en que la historia del éxodo ha inspirado movimientos de liberación y emancipación en Occidente, desde los reformadores protestantes del siglo XVI —quienes se consideraron a sí mismos liberados de la “esclavitud papal”— a los puritanos —quienes consideraron que Inglaterra experimentaba un éxodo durante la Guerra Civil de mediados del siglo XVII y luego mientras escapaban de la esclavitud hacia América— y hasta los movimientos por la emancipación del siglo XIX y por los derechos civiles a mitad del siglo XX.
Pero esta historia es mucho más que esto. Lo sabemos porque, como veremos, el resto de la Biblia ve el éxodo y la Pascua como un paradigma de la salvación del pecado y del juicio, culminando en la redención a través de Jesús, nuestro Cordero pascual. En Romanos 8:12-14, por ejemplo, Pablo compara el ser guiado por la columna de nube y fuego a ser guiado por el Espíritu. En este contexto se trata de la libertad de nuestro propio pecado, no de los efectos opresivos de los pecados de otros.
También hay una gran pista en la historia que indica que es más que una liberación sociopolítica. La plaga es anunciada en Éxodo 11 y se lleva a cabo en 12:29-32. En medio de ello, Dios le da instrucciones a Moisés para que los israelitas sean librados de la décima plaga (vv 1-20), y luego Moisés transmite estas instrucciones (vv 21-27), las cuales el pueblo obedece (v 28). “Todos ustedes tomarán un cordero por familia, uno por cada casa… un cordero o un cabrito de un año y sin defecto… la comunidad de Israel en pleno lo sacrificará al caer la noche” (vv 3, 5, 6, ver también v 21).
La sangre debe ser colocada “en los dos postes y en el dintel de la puerta de la casa donde coman el cordero”, utilizando un hisopo para untarla alrededor del marco, y después deben “comer la carne esa misma noche, asada al fuego” (vv 7-8, ver también v 22). El SEÑOR pasaría por Egipto, trayendo muerte a todo primogénito. Pero “la sangre servirá para señalar las casas donde ustedes se encuentren, pues al verla pasaré de largo. Así, cuando hiera Yo de muerte a los egipcios, no los tocará a ustedes ninguna plaga destructora” (v 13, ver también v 23). El banquete subsecuente sería llamado “Pascua” (es decir, “salto”) porque el juicio de Dios pasaría de Su pueblo. También deben hacer pan sin levadura (vv 14- 20) y comerse el cordero ya vestidos para partir (v 11), como muestra de su fe en que Dios los liberaría antes de que terminara la noche.
El punto es este: los israelitas merecen el juicio de muerte tanto como los egipcios. Si esto fuese una simple historia de liberación política, entonces Israel sería la víctima inocente. No deberían temer el juicio. Pero la verdad es que ellos también eran pecadores que merecían la muerte. Los israelitas debían untar la sangre en los marcos de sus puertas precisamente porque eran tan culpables como los egipcios y, si querían evitar el juicio de muerte, necesitaban a un sustituto que muriera en su lugar. La sangre sería untada en los postes de las puertas no porque Dios no pudiera distinguir quién vivía en cada casa, ¡sino porque puede! Él sabe que hay pecadores dentro.
En toda casa de Egipto y Gosén, la cantidad de muertos sería la misma. La mañana siguiente habría un cadáver en cada casa. La única pregunta sería: ¿es el de un cordero o el de un niño? ¿Quién ha muerto? El cordero es un sustituto para el niño. Si solo se hubiera necesitado la sangre para hacer las marcas en las casas israelitas, podrían haber usado pintura roja. Pero la sangre es una señal de que se ha hecho un sacrificio, de que se ha ofrecido a un sustituto.
Así que el sacrificio de un cordero significa que hay un asunto pendiente. Después de todo, ¿quién creería que un cordero es un intercambio justo por una vida humana? El cordero es solo una señal. Es una promesa de un verdadero sustituto. La Pascua es un símbolo de un acto más grande de redención.
Tim Chester
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La Pascua en el Nuevo Testamento
Poco más de mil años después, con este asunto aún pendiente, Juan el Bautista ve a Jesús y dice: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn 1:29). Unos años después, Pedro dijo: “Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1P 1:18-19). Pablo describe a Cristo como “nuestro Cordero pascual” (1Co 5:7).
Jesús es nuestro Cordero pascual. Él fue sacrificado como nuestro sustituto. Todos nosotros merecíamos morir por nuestra rebelión en contra de Dios. Pero Jesús murió en nuestro lugar. Su sangre cubrió nuestras vidas para que Dios pase sobre nosotros cuando venga el juicio.
Como resultado, somos redimidos. Al igual que Israel, somos redimidos de la esclavitud y de la muerte —pero no de la esclavitud de Egipto, sino de la esclavitud del pecado y del castigo de muerte que merecíamos por nuestros pecados.
¿Qué sentido le da Jesús a la Pascua?
Cuando Pedro habla sobre Jesús como el “Cordero sin mancha y sin defecto”, es para enfatizar la liberación del poder del pecado (1P 1:18-19). La preciosa sangre de Jesús es presentada como la razón de los mandamientos dados en los versículos previos:
Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo. Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: “Sean santos, porque Yo soy santo”. Ya que invocan como Padre al que juzga con imparcialidad las obras de cada uno, vivan con temor reverente mientras sean peregrinos en este mundo (1P 1:13-17).
Debemos ser santos porque hemos sido redimidos de la esclavitud del pecado a través de la preciosa sangre de Jesús, debemos ser santos porque podemos serlo —el pecado ya no es nuestro amo, debemos ser santos porque este es el propósito del Padre en la redención. Y debemos ser santos porque la sangre con la que somos comprados es infinitamente preciosa.
La frase “dispónganse para actuar con inteligencia” significa literalmente “ceñid los lomos de vuestro entendimiento” (RV1960). Es una imagen tomada de Éxodo 12:11. Los israelitas debían comer el cordero de la Pascua “con el manto ceñido a la cintura”. Era difícil correr con un manto que llegaba hasta los pies, así que, si tenías prisa, como les sucedería a los israelitas, debías ceñirte el manto a la cintura. Nosotros también tenemos prisa —una prisa por ser santos. Debemos estar siempre preparados para la acción en el servicio a Cristo.
Pablo también utiliza el éxodo como modelo de nuestra redención de la esclavitud del pecado. “Habiendo sido liberado del pecado…”, dice en Romanos 6:18. Así como los israelitas pasaron por el agua del Mar Rojo para ser liberados, nosotros también hemos pasado por las aguas del bautismo hacia una nueva vida (Ro 6:1-5).
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Este artículo sobre la Pascua fue adaptado de una porción del libro Éxodo para ti, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 87-91