Las mentiras de la soledad y la verdad del evangelio
“Llevamos siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Porque nosotros que vivimos, constantemente estamos siendo entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal”. 2 Corintios 4:10-11.
Muchos caminos de sufrimiento son increíblemente solitarios. Sí, es verdad que no hay nada nuevo bajo el sol (Ec 1:9), y que muchas veces hay más personas de lo que pensamos que pueden identificarse con nuestro sufrimiento. Sin embargo, estos caminos siguen siendo aislados.
Pablo resume todo lo que él está enfrentando en dos frases —“Llevamos siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús”, pero no sin propósito, pues dice que es “para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. Seguir a un Salvador sufriente y rechazado en un mundo caído va a implicar sufrimiento, pues la maldición del pecado hace que el mundo rechace a su Rey. Pero cuando sufrimos y escogemos confiar en Cristo a través de las pruebas que enfrentamos, somos llenas de Su poder y Su presencia, reflejando así Su imagen a los que están a nuestro alrededor.
El camino del dolor está marcado por la esperanza. Pero no deberíamos subestimar el hecho de que este camino puede, en ocasiones, ser solitario. Lo fue para Jesús, y lo va a ser para aquellos que siguen Sus pisadas.
Recuerdo cuando comenzamos a darnos cuenta de que nuestro hijo mayor tenía luchas diferentes a las de nuestros otros hijos. Cuando las dificultades se convirtieron en desafíos que alteraron toda nuestra vida, dejé de asistir a eventos sociales, a centros comerciales y a la iglesia, sintiéndome cada vez más sola. Sentía que atravesaba un camino aterrador con el que nadie más podía identificarse.
A medida que se intensificaba la lucha, me alejaba cada vez más de aquellos que amaba, me quedaba en casa con más frecuencia y me rehusaba a lidiar correctamente con toda la agitación emocional que sentía. Me sentía increíblemente sola en medio de la confusión, el miedo y la incertidumbre en cuanto al futuro. Sí, había personas que trataban de hacer preguntas, de ofrecer sugerencias o de compartir formas en las que se podían identificar conmigo, pero nunca sentía que lograban consolarme. Nadie podía entrar realmente en el dolor, la angustia y la soledad que se apoderaban de mi casa y de mi corazón. Pero —y esto sigue pareciéndome sorprendente y maravilloso— estos años de soledad me han llevado a estar agradecida por este camino solitario que me ha tocado transitar. Es un recorrido que me ha dado un mayor entendimiento de lo que significa ser una seguidora de Jesucristo y conocerlo a Él no solo como mi Salvador, sino como mi consuelo, mi sustentador, mi esperanza y mi fuerza. Cuando somos despojadas de ciertas comodidades terrenales y experimentamos más y más soledad, eso nos permite comenzar a experimentar la verdadera profundidad, anchura y altura de Su amor por nosotras.
Pero eso no sucede de forma automática; por lo menos en mi caso no fue así. Mi experiencia y las de otros que son cercanos a mí me han enseñado que hay mentiras particulares acerca de la soledad que el diablo susurra a nuestro oído, y tú y yo necesitamos aprender a reconocerlas y confrontarlas con la verdad.
Consuelo en Cristo
La mentira: La soledad significa que estoy completamente sola.
La verdad: La soledad me despoja del consuelo de aquellos que me rodean, llevándome a encontrar consuelo solo en Cristo.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones…” (2Co 1:3-4).
Aquí quiero que notes que sí hay momentos en los que Dios permite que nos sintamos solas con el propósito de que profundicemos más en Su Palabra y en la oración, y así podamos experimentar vida y esperanza en Él. Solo hay un Dios de toda consolación, y Él no duerme en tu casa, ni se estaciona a tu lado en la iglesia. Es Jesús. No hallaremos consuelo verdadero y permanente fuera de Él, y cuando ya no nos quede dónde más ir sino a Él, descubrimos que Él debió haber sido nuestra primera opción.
Al despojarnos del consuelo terrenal de aquellos que nos rodean, el Señor nos mueve en una de dos direcciones: hacia una intimidad más profunda con nuestro Salvador, o hacia el descubrimiento de un corazón no arrepentido. Así que si te sientes sola en tu sufrimiento, dale gracias a Dios porque te ama lo suficiente como para permitir este tiempo en tu vida para acercarte más a Él.
Cristo anduvo por este camino
La mentira: Soy la única que está sufriendo así, y nadie nunca podrá entender mi dolor.
La verdad: Cristo no me va a pedir que sufra lo que Él mismo no ha sufrido.
Una de las razones por las que surge la tentación es porque no conocemos a muchas personas —si es que conocemos a alguna— en nuestro círculo inmediato de amigos cercanos, familia o aun conocidos que hayan sido llamados a llevar nuestra misma carga. Y aunque conozcamos a alguien con pruebas similares, la diferencia entre los temperamentos y las experiencias previas hará que nuestras reacciones sean distintas. Es muy fácil caer en amargura porque nadie nos entiende. Pero hay Alguien que entiende el dolor, que anduvo por el camino más difícil, que conoce tu camino y el mío, y que camina a nuestro lado.
Fue despreciado y desechado de los hombres,
varón de dolores y experimentado en aflicción;
y como uno de quien los hombres esconden el rostro,
fue despreciado, y no lo estimamos (Is 53:3).
Jesucristo es el único que puede entender completamente nuestro dolor. Solo Él conoce nuestros corazones, temperamentos, inseguridades, temores, emociones y deseos. Jesús conoce el dolor y la soledad. Él entiende la soledad de no ser comprendido, la soledad de ser rechazado por Su propia familia, la soledad de orar en agonía mientras Sus amigos más cercanos estaban dormidos, y la soledad de ser abandonado por el Padre. Y todo lo hizo por ti. Podemos experimentar la soledad en muchos niveles, pero debido a que Él la vivió antes que nosotras, nunca tendremos que experimentar la devastadora soledad de la separación de Dios el Padre que Él experimentó. Nuestro Padre amoroso envió a Su propio Hijo por el camino más solitario para que nosotras nunca tuviéramos que recorrer ningún camino sin Él.
Cuando seas tentada a alejarte, recuerda que solo Cristo puede llenar los vacíos más profundos que dejan las aflicciones de la vida. Él sabe, Él entiende, a Él le importa y Él puede consolarte. Por medio de Su Espíritu, Él está con nosotras. Nuestro Salvador no nos consuela animándonos desde lejos. En vez de eso, Él vive en nosotras, nos sostiene y nos llama a recorrer el camino hacia la cruz.
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Este artículo Las mentiras de la soledad y la verdad del evangelio fue adaptado de una porción del libro Esperanza en medio del dolor, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Páginas 109 a la 112