Jesús: no solo es el autor de la salvación ¡hay más!

Jesús: no solo es el autor de la salvación ¡hay más!

Dado que la carta a los Hebreos urge específicamente a los cristianos a que “consideren a Cristo Jesús” (Hebreos 3:1; cf. 12:2), no es de sorprender que el autor lo describa de más de una docena de formas distintas. Jesús es “Hijo” (1:2); “Señor” (2:3); “Apóstol y Sumo Sacerdote” (3:1); “Cristo” (5:5); “autor de la salvación eterna” (5:9); un sacerdote “según el orden de Melquisedec” (7:11); descendiente de Judá (7:14); “ministro… del tabernáculo verdadero” (8:2); “mediador de un nuevo pacto” (9:15; 12:24); “el mismo ayer, hoy, y por los siglos” (13:8); y el “el gran pastor de las ovejas” (13:20).

Pero acaso el más intrigante título para Jesús en esta carta sea “autor”. A él se lo llama “autor de la salvación” y “autor… de la fe” (Hebreos 2:10; 12:2). Este título posee amplias connotaciones. La palabra griega traducida por “autor” es archēgos. Expresa la idea de un líder. Alguien que va a la cabeza de un grupo abriendo camino para los demás.

Pensemos en un escuadrón de comandos operando en una guerra en la selva. Ellos descubren que el camino está bloqueado por una honda garganta. La situación es demasiado urgente para buscar un rodeo. Su comandante logra tirar una cuerda hasta el otro lado y anclarla. Luego arriesga su vida al cruzar en primer lugar, una mano tras otra. Él asegura la cuerda permanentemente. Crea un puente. Ahora el camino está abierto para que sus hombres crucen hasta el otro lado.

Este es un tenue e inadecuado reflejo de lo que quiere decir el autor de Hebreos al llamar a Jesús el archēgos o “autor” de nuestra salvación. Nuestro Señor es el “pionero” de nuestra salvación; mediante su sufrimiento, él lleva muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10).

Archegos, primero y segundo

Adán fue el primer archēgos. Él estaba llamado a guiar a la raza humana en obediencia, mediante prueba, al destino de la gloria. Él pecó y fracasó, quedando excluido de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Este mundo se convirtió en una selva donde el hombre y Dios, el hombre y Satanás, el hombre y la mujer, el hombre y las bestias, el hombre y su medio ambiente, el hombre y su hermano, todos ellos se han enzarzado en hostilidad (Génesis 3:8-19; 4:1-12).

Jesús vino como el segundo archēgos, el segundo hombre representante (1 Corintios 15:45-47). Él entró en la selva. Él irrumpió y sometió en ella toda oposición a Dios. Él se hizo cargo de la solemne maldición de Dios (Génesis 3:14, 17) y abrió el camino hacia la presencia de Dios para todos los que creen en él y lo siguen (Hebreos 10:19-20).

El Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza humana y entró en nuestro entorno caído y devastado por el pecado. Él vivió una vida de obediencia perfecta para la gloria de Dios. Al sufrir el juicio de Dios contra nosotros en la cruz, él experimentó la maldición divina. Ahora la bendición y la restauración divinas fluyen hacia nosotros por el camino de gracia que él ha abierto (Gálatas 3:13).

Regreso al futuro

Para ser el archēgos de tal salvación, el Hijo de Dios tuvo que empezar por el principio. En el vientre de la Virgen María, él tomó nuestra carne. Aquel que sostiene todas las cosas tuvo que encarnarse primero como un embrión —pequeño, frágil, dependiente de su madre para su sobrevivencia física. Al hacerlo, el Espíritu Santo cubrió a María con su sombra, de manera que aunque Jesús era el fruto del vientre de ella, él era “el Santo” (Lucas 1:35) desde el momento mismo de su concepción.

En Jesús, Dios empezó de nuevo por el principio. En un mundo en el que el pecado nos infecta a todos desde la matriz (Salmo 51:5), no era posible comenzar con un hombre maduro. Nuestro Señor tuvo que comenzar su obra en la oscuridad prenatal, madurar a través de cada etapa de la vida en perfecta comunión con su Padre, y luego morir en la más densa oscuridad que lo envolvió en el Gólgota.

Jesús fue el único niño que “normalmente” haya crecido “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y con los hombres” (Lucas 2:52). Sin embargo, ello no ocurrió en un Edén exuberante con padres perfectos. Fue en una familia obrera en la que aun aquellos que lo amaban no siempre lo entendían.

Más tarde, siendo un hombre maduro de 30 años, confrontó al tentador, pero no en una jardín frondoso, apoyado por sustento humano, ni acompañado por bestias que se someterían al nombre que él les diera (Génesis 2:15-22). No, Jesús tuvo que abrirse paso por el agreste desierto que había creado el pecado humano. Debilitado por el hambre y la sed, y rodeado de bestias salvajes, tuvo que resistir a Satanás. No obstante, venció a su enemigo, quien, como una serpiente, se alejó a rastras de la santa presencia de Jesús, sometido por la orden de su vencedor: “¡Vete, Satanás!” (Mateo 4:10).

Después de una vida de obediencia, el capitán de nuestra salvación, aunque torturado y azotado, con su muerte sacrificial superó cada obstáculo que impedía el paso a la comunión con su Padre. Él llevó nuestro pecado; él murió a su dominio y de esa forma derrotó a Satanás. Con su resurrección venció a la muerte, abriendo un “camino nuevo y vivo” a la santa presencia de Dios para todos los que creen (Hebreos 10:20). Del vientre a la cuna, del desierto al Gólgota, de la tumba al trono, nuestro Señor Jesús abrió un camino de gracia. ¡Él es nuestro archēgos!

Es por eso que podemos cantar con Charles Wesley:

Hoy subimos a donde Cristo ha guiado,

Siguiendo a nuestro Jefe exaltado;

Hechos como él, como él ascendemos;

Nuestra es la cruz, la tumba, el cielo.

¡Viva el Señor de cielo y tierra!

Que ambos te rindan adoración;

A ti, victorioso, hoy te aclamamos;

¡Viva la Resurrección!

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Este artículo Jesús: no solo es el autor de la salvación ¡hay más! fue adaptado de una porción del libro Solo en Cristo publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

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Páginas 29 a la 32

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