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Sé que el Espíritu Santo está en mi vida puesto que Dios dice que el Espíritu está en la vida de todo el que cree en Su Hijo.
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Creo que es bíblico decir que lo que nos distingue como pueblo de Dios es la manera como respondemos a Su presencia. Aquellos que le pertenecen valoran y buscan Su presencia.
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Dios no quiere ser servido en una forma que implique que estamos supliendo Sus necesidades u ofreciéndole algo que no es legítimamente Suyo.
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Juan vio de qué manera lo logran los santos: “Ellos lo vencieron por la sangre del Cordero y por la palabra que ellos proclamaron” (Apocalipsis 12:11).
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Si estamos continuamente expresando inconformidad con nuestra apariencia física, no es algo que debemos tomar a la ligera. Nuestro descontento con nuestro cuerpo no es algo inofensivo, y tampoco es una razón legítima para sentir lástima de nosotras mismas. Si Dios nos hizo teniendo cuidado de cada detalle, con Sus propias manos, entonces podemos confiar en Su sabiduría y Su bondad.
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En el Nuevo Testamento, la proclamación de la Palabra es el medio básico por el cual surgen y crecen los aprendices de Cristo. Incluso se podría decir que solo hay una actividad fundamental en la tarea de hacer discípulos —comunicar la Palabra de Dios— y que todos los demás elementos describen al Espíritu que capacita a quienes la comunican y la manera en que estos lo hacen.
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