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Es imposible (o, en el mejor de los casos, contradictorio) amar a Jesús y odiar a la iglesia. Después de que hemos sido salvos y pasamos a formar parte de la iglesia universal (es decir, de todos los cristianos en todo el mundo), nuestra responsabilidad es unirnos a una iglesia local.
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El temor del Señor ciertamente puede ser aprendido. Deuteronomio 4:10 declara: “Convoca al pueblo para que se presente ante Mí y oiga Mis palabras, para que aprenda a temerme todo el tiempo que viva en la tierra, y para que enseñe esto mismo a sus hijos”.
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¿Hay una mamá soltera en tu edificio, un centro de rehabilitación para adolescentes abusadas en tu comunidad, o un centro de recursos para embarazadas en tu ciudad? La Palabra de Cristo nos mueve a dejar de pensar tanto en nosotras mismas y caminar hasta aldeas, atravesar la ciudad un sábado por la mañana, o cruzar el área de juegos del parque para conocer a alguien nuevo. Los pies hermosos que están calzados con el evangelio de la paz son los que nos llevan paso a paso por el camino.
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Existen muchísimas formas en que podemos usar nuestros dones y capacidades para el beneficio de otros. Ciertamente, como cristianos, podemos encontrar algo que hacer que beneficie a los demás mientras honramos a Dios, incluso si al final obtenemos un ingreso menor.
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¿Puedes recordar momentos en tu vida en que dijeras: “Dios es Dios, me someto a Su voluntad”? En esos momentos los demás no tienen poder para manipularnos, presionarnos o controlarnos.
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Una forma de obtener y mostrar sabiduría es la disposición a recibir el consejo. Los necios son sabios en su propia opinión. Algunos no reciben ningún consejo en absoluto.
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