La expiación
El apóstol Pablo afirmó que estaba propuesto a no saber nada excepto a Cristo y a este crucificado. Esta fue la manera en que el apóstol enfatizó la importancia extrema de la cruz para el cristianismo. La doctrina de la expiación es central para toda la teología cristiana. Lutero llamó al cristianismo una teología de la cruz. La figura de la cruz es el símbolo universal del cristianismo. El concepto de la expiación se remonta al Antiguo Testamento donde Dios estableció un sistema por el cual el pueblo de Israel podía hacer expiación por sus pecados. Expiar es reparar el daño, corregir lo que está mal.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento muestran claramente que todos los seres humanos son pecadores. Ya que nuestros pecados son contra un Dios infinito y santo que ni siquiera puede mirar el pecado, la expiación debe hacerse necesaria para que podamos tener comunión con Dios. Como el pecado aun afecta nuestras mejores acciones, somos incapaces de hacer un sacrificio suficiente. Aun nuestros sacrificios están manchados y requerirían de un sacrificio adicional para cubrir esa mancha, ad infinitum. No tenemos ningún don suficientemente valioso, ni obra suficientemente justa como para expiar nuestros pecados. Somos deudores que no podemos pagar nuestras deudas.
Al recibir la ira del Padre en la cruz, Cristo pudo hacer expiación por su pueblo. Cristo llevó, o soportó, el castigo por los pecados de los seres humanos. Él los expió al aceptar el justo castigo que merecían por sus pecados. El pacto del Antiguo Testamento pronunció una maldición sobre cualquier persona que quebrantara la ley de Dios. En la cruz, Jesús no solo llevó esa maldición sobre sí mismo, sino que se hizo “maldición por nosotros” (Ga 3:13). Fue abandonado por el Padre y experimentó toda la fuerza del infierno en la cruz.
El cristianismo ortodoxo ha insistido en que la expiación implica sustitución y satisfacción. Al llevar sobre sí mismo la maldición de Dios, Jesús satisfizo las demandas de la justicia santa de Dios. Recibió la ira de Dios por nosotros, salvándonos de la ira venidera (1 Ts 1:10). Una frase clave en la Biblia con respecto a la expiación es la frase: “por nosotros”. Jesús no murió por sí mismo, sino por nosotros. Su sufrimiento fue vicario: Él fue nuestro sustituto. Tomó nuestro lugar al desempeñar el papel del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Aunque la ira de Dios es real, debe notarse que la expiación que Cristo llevó a cabo no la hizo en contra de la voluntad del Padre. Tampoco implica que Cristo estuviera arrebatando de la mano del Padre a su pueblo. El Hijo no persuadió al Padre para que salvara a los que el Padre no quería salvar. Por el contrario, tanto el Padre como el Hijo deseaban la salvación de los escogidos y trabajaron juntos para llevarlo a cabo. Como escribió el apóstol Pablo: “a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo” (2 Co 5:19).
_________________________
Este artículo La expiación fue adaptado de una porción del La Biblia de Estudio de la Reforma, publicado por Poiema Publicaciones con Ligonier. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
_________________________
Página 1912