Dios es quien da las riquezas
Aunque hay un sentido de realización dado por Dios cuando trabajamos duro y desarrollamos habilidades, muchos ricos son tentados a atribuirse todo el mérito de su éxito. En su orgullo, razonan que debido a que han trabajado más duro y con más inteligencia que otros, merecen todo lo que tienen. Sin embargo, deberían prestar atención a la advertencia de que Dios a menudo decide humillar a los orgullosos (Stg 4:6), como en el caso de la parábola del rico insensato (Lc 12:16-21) y la humillación del rey Nabucodonosor (Dn 4). En cambio, al pueblo de Dios se le dice: “Pero acuérdate del Señor tu Dios, porque Él es el que te da poder para hacer riquezas” (Dt 8:18).
Dale a Dios el crédito que merece por tu éxito
Quienes producen riqueza financiera deben reconocer que Dios les ha dado las habilidades y los talentos que han producido su éxito. Dios también ha tenido la bondad de darles vida y salud, sin las cuales no podrían trabajar. Además, les ha puesto en Su mundo, que tiene un tremendo potencial de desarrollo. Ha sido bondadoso al permitirles vivir en una situación de estabilidad política y social, así como en una infraestructura que les permite tener éxito. Las Escrituras advierten a menudo que el éxito financiero puede tentar a la gente a un orgullo impío (Pro 30:9a; Mr 10:25). Al considerar todo lo que han logrado, pueden caer en el pecado de Nabucodonosor, quien se jactó: “¿No es esta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?” (Dn 4:30).
Dios es el dueño de todo, el dinero le pertenece a Dios
Los cristianos deben reconocer que todo lo que tienen proviene de Dios, que da todo buen don y que, en última instancia, es el dueño de todo. No somos autónomos. “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y los que en él habitan” (Sal 24:1). Él afirma Su propiedad sobre “el ganado sobre mil colinas” (Sal 50:10). Somos administradores de nuestras riquezas y posesiones, procurando emplearlas de manera que agraden a Dios, quien es el dueño de todo y nuestro amo. Al hablar de la herencia de cada familia en la tierra prometida bajo el antiguo pacto, el Señor le recordó a Su pueblo: “la tierra es Mía” (Lv 25:23). En cierto sentido, todos somos jornaleros, trabajando para nuestro bondadoso Amo. En Sus parábolas, Jesús nos enseña la importancia de ser buenos administradores de todo lo que Dios nos ha dado (Mt 25:14-23).
Jim Newheiser
¿Cómo crear y equilibrar un presupuesto? ¿Cómo salir de deudas? ¿Qué tipo de seguro hay que tener? Newheiser responde estas preguntas y más, proveyendo un recurso de referencia tanto para la gente del común como para los consejeros. Se puede leer de corrido para obtener una perspectiva general de la Escritura sobre el tema, o se puede asignar en secciones pequeñas para que los aconsejados las lean.
Somos administradores que respondemos ante nuestros Señor
La idea de que Dios es el dueño de todo tiene algunas implicaciones radicales. Por ejemplo, muchos cristianos piensan que el diezmo implica que si el diez por ciento de lo que ganamos pertenece a Dios, entonces somos libres de gastar el otro noventa por ciento como queramos. La norma bíblica es que debemos utilizar el cien por ciento de lo que ganamos y poseemos de manera que glorifique a Dios (1Co 10:31). [1]
Este estándar más alto de administración nos da tanto más responsabilidad como más libertad. Podría parecer más fácil vivir según una fórmula matemática para poder confiar en que nuestra gestión financiera es agradable a Dios, siempre y cuando demos nuestro diez por ciento completo. En cambio, tenemos que considerar cada compra a la luz de Su propiedad sobre nosotros y nuestras posesiones. Tenemos que vivir con la tensión entre el uso de nuestros recursos para la obra del Señor y para ayudar a los pobres, frente a nuestra libertad para disfrutar de las bendiciones materiales que Dios nos da (1Ti 6:17) y nuestra responsabilidad de ahorrar para el futuro. Cada persona resolverá esto de manera diferente. Somos libres de tomar muchas de estas decisiones sin temer el juicio de quienes no disponen de lo mismo que Dios nos ha dado a nosotros (Pro 29:25). También reconocemos la libertad de los demás para disfrutar de más de lo que podemos permitirnos nosotros mismos sin juzgarlos: “Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Pero si tú juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez de ella. Solo hay un Legislador y Juez, que es poderoso para salvar y para destruir. Pero tú, ¿quién eres que juzgas a tu prójimo?” (Stg 4:11-12).
[1] Una implicación relacionada es que todo nuestro tiempo pertenece a Dios y debe ser utilizado de manera que le agrade. Gastar el tiempo, como gastar el dinero, debe ser cuidadosamente planificado, porque ambos pertenecen a Dios.
_________________________
Este artículo sobre el dinero le pertenece a Dios fue adaptado de una porción del libro Dinero, deuda y finanzas, publicado por Poiema Publicaciones.
_________________________
Páginas 107 a la 109