¿Cómo sabemos cuándo estamos evangelizando de verdad?

¿Cómo sabemos cuándo estamos evangelizando de verdad?

¿Cómo sabemos cuándo estamos evangelizando de verdad? La respuesta depende de cómo definamos la evangelización. Definir la evangelización de una manera bíblica nos ayuda a alinear nuestra práctica evangelística con las Escrituras. A continuación doy una definición que me ha servido durante muchos años:

La evangelización es enseñar el evangelio con el objetivo de persuadir.

Una definición corta, ¿no crees? Apuesto que la mayoría de la gente esperaría mucho más de una palabra teológica tan importante. Pero esta definición —por pequeña que sea— ofrece un mejor equilibrio para evaluar nuestra práctica evangelística, en lugar de contar cuántas personas respondieron a un llamado.

Casi al mismo tiempo que John y yo asistimos a la iglesia de Memphis, compré una Biblia para él. Era la Amplified Bible, la cual, si no la has visto, ofrece montones de sinónimos para palabras clave. Así es como la Biblia amplificada podría expandir mi definición:

La evangelización es enseñar (anunciar, proclamar, predicar) el evangelio (el mensaje de Dios que nos lleva a la salvación) con el objetivo (la esperanza, el deseo, la meta) de persuadir (convencer, convertir).

Observa que la definición no requiere una respuesta externa inmediata. Caminar por un pasillo, levantar una mano, o incluso hacer una oración son acciones que nos pueden sugerir que la evangelización ha tenido lugar, pero tales acciones no son evangelización. También observa que si cualquiera de los cuatro componentes falta, es probable que estemos haciendo algo diferente a la evangelización.

Si pudiera, me encantaría retroceder en el tiempo y enseñar a la iglesia de Memphis lo que es realmente la evangelización. Les advertiría que en la iglesia a nivel mundial hay mucha enfermedad porque las iglesias llaman evangelización a algo que verdaderamente no lo es. “Por favor —les rogaría— cuando enseñen, no enseñen a la gente cómo comportarse durante una invitación. Enseñen claramente qué es el evangelio y qué es lo que se requiere de una persona para que se vuelva a Cristo”.

Urgiría a la iglesia a que busque persuadir a la gente, pero que persuada sin manipulación. Les animaría a no excluir las partes difíciles de la vida cristiana, aun cuando esto sea tentador; que no confudan la respuesta humana por un mover del Espíritu; y que no mientan acerca de los resultados. “Y, por favor —les diría— tengan cuidado con llamar a las personas ‘cristianas’ sin ver primero evidencia de que verdaderamente son seguidores convertidos”.

Por supuesto, midiendo con los estándares de hoy en día, es fácil burlarse de esas viejas prácticas eclesiales. Pero, si somos honestos, tenemos que decir que nos enfrentamos a la misma tentación de sacrificar los principios bíblicos por los resultados y el “éxito”. Al mirar a mi alrededor, no veo que las cosas hayan cambiado mucho, aparte de la forma de practicar una evangelización no bíblica. A menudo no se enseña el evangelio, y palabras que no tienen su origen en la Biblia diluyen el significado verdadero y penetrante del pecado, la muerte, y el infierno, o se confunde a aquellos que genuinamente están buscando la verdad.

Las promesas de salud y riqueza engañan a los más vulnerables: a los pobres, a los desfavorecidos y a los enfermos. Y muchas iglesias ofrecen un “evangelio” que no cuesta nada, cómodo y que da beneficios; el cual no se encuentra en ningún lugar de las Escrituras. De hecho, el evangelio es reducido a lo que Pablo llama “un evangelio diferente”, el cual no es el evangelio en absoluto (Gá 1:6-7). Al servir a los deseos de la gente, las iglesias comunican que su atención se centra en los que no son cristianos, no en la gloria de Dios reflejada por su pueblo cuando le adora.

Las sublimes estrofas de los coros han sido reemplazadas por espectáculos de luces láser, con el fin de que una reunión de iglesia se convierta en un lugar para entretenerse más que para adorar. Jesús atraía a la gente, pero nunca les entretenía; esa es una enorme diferencia que se ha perdido en la iglesia moderna. Igualmente, apelar a la atención de los amigos, los seguidores o los convertidos a través de las redes sociales se parece mucho a las antiguas cámaras de televisión ubicadas en las galerías de las iglesias: pueden tentar a los líderes de las iglesias a perder de vista a las personas que tienen enfrente. La labor comercial basada en la presión ha sido reemplazada por la venta fácil de la autoayuda.

Estas cosas son el resultado de las mismas tentaciones mundanas que socavan la evangelización bíblica, tanto es así que los que se burlan de las antiguas prácticas puede que deban pedir perdón a aquella iglesia de Memphis.

Pero hay una respuesta para tales tentaciones. No hay diferencia entre hoy y como eran las cosas en mi primer año de universidad, o en las primeras iglesias de la época de Pablo. La solución es fijar en nuestras mentes y corazones los principios bíblicos de una evangelización centrada en el evangelio. Debemos aprender cómo enseñar el evangelio con integridad y mantener presente el objetivo principal de la verdadera conversión.

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Este artículo ¿Cómo sabemos cuándo estamos evangelizando de verdad? fue adaptado de una porción del libro La evangelización publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

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Páginas 29 a la 32

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