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Mientras más me expongo a la Palabra de Dios, tanto más grande será mi fe. De la misma manera, si soy negligente en la lectura de las Escrituras, me expongo a que las ideas fluyan desde el mundo secular hacia mi cabeza, lo cual puede atenuar el ardor de mi fe. Entonces necesito regresar a la Palabra. Mientras leo las Escrituras y digo: «Sí, eso es verdad», mi alma es avivada. Es por eso que necesitamos estar en la iglesia cada domingo en la mañana y no descuidar tales reuniones (Heb 10:24-25). Necesitamos con urgencia esos momentos para concentrarnos en escuchar la Palabra de Dios.
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Nunca se registra que los discípulos le pidieran a Jesús que les enseñara a caminar sobre el agua, a sanar a los enfermos, a resucitar a los muertos o incluso a predicar, pero sí pidieron esta única cosa “¡Enséñanos a orar!”
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La oración es derramar nuestros corazones a Dios en alabanza, petición, confesión de pecado y agradecimiento.
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