¿Por qué y para qué nos quiere salvar Dios?

Salvos para la gloria de Dios

El propósito de nuestra salvación no es nuestra salvación en sí misma. El propósito de nuestra salvación es la gloria de Dios. “Por amor Mío, por amor Mío, lo haré” —dice Dios a través del profeta Isaías acerca de Su plan de salvación— “Mi gloria, pues, no la daré a otro” (Is 48:11). Y dice exactamente lo mismo a través del profeta Ezequiel. Hablando de la promesa del nuevo pacto, Dios declara: “No es por ustedes, casa de Israel, que voy a actuar, sino por Mi santo nombre, que han profanado entre las naciones adonde fueron” (Ez 36:22).

Esa es la razón por la que Dios ha obrado a través de Su Hijo. Efesios 2 nos muestra la obra divina de salvación corporativa e individual. Pero es en Efesios 1 donde se nos muestra el motivo: “para alabanza de Su gloria” (Ef 1:6, 12, 14). Y Efesios 3 nos enseña que no solo nuestra salvación individual da gloria a Dios, sino también nuestra salvación como pueblo. El propósito de Dios es que “la infinita sabiduría de Dios puede ser dada a conocer ahora por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Ef 3:10). Este es el “propósito eterno” de Dios (Ef 3:11).

Este nuevo hombre, la iglesia local, no se parece a nada que el mundo haya podido conocer. Su unidad no está basada en la etnicidad, ni en la cultura, ni en el estatus social, sino en una persona —Jesucristo—, Aquel que es la revelación de la sabiduría de Dios (1Co 1:22-30; Col 2:2-3). Y ahora, en Cristo, la iglesia se convierte en la revelación de la sabiduría de Dios para un mundo que nos observa.

Nosotros solos no podemos revelar la sabiduría del Dios que ha reconciliado a las personas consigo mismo, y a los unos con los otros. Necesitamos a la iglesia local, allí donde los que una vez fueron enemigos practican el amor y el perdón entre ellos, aun cuando pueden encontrar muchas razones para no hacerlo.

Así pues, cuando malentendemos el propósito de nuestra salvación, nos metemos en problemas. Si pensamos que Jesús nos salvó para hacernos felices, para que alcancemos nuestras metas, o para que seamos económicamente prósperos, tendremos la tentación de abandonar a Jesús si estas cosas no se materializan rápidamente en nuestras vidas. En vez de pensar que la salvación gira alrededor de la gloria de Dios, daremos por sentado que la vida cristiana gira alrededor nuestro, de nuestros dones, de nuestro llamado y de la manera en la que podemos realizar nuestros sueños. Y esto hace que la iglesia local se convierta en el escenario para mostrar nuestro potencial, en la plataforma para enseñar nuestros dones y en el auditorio para exhibir nuestra vanidad.

Salvos para la gloria de Dios

La conversión

Michael Lawrence

Este libro ha sido escrito para ayudar a las iglesias a entender correctamente la diferencia que la doctrina bíblica de la conversión hace en la enseñanza, el evangelismo, el discipulado, la membresía y cualquier otra faceta de la vida como iglesia local.

Pero todo cambia cuando entendemos que nuestra salvación gira en torno a la gloria de Dios. Entonces la vida cristiana deja de ser el lugar donde reivindico “mis derechos como creyente”, para convertirse en el lugar donde pongo mi vida al servicio de los demás. La iglesia deja de ser un escaparate donde exhibo mi llamado y mis dones, para convertirse en una comunidad donde reflejo la gracia de Dios. Lo más irónico de todo es que encontramos la “vida feliz y plena” cuando en vez de buscarla, buscamos a Dios y encontramos en Su gloria la plenitud para la cual fuimos creados.

No somos salvos siendo sinceros, ni teniendo sentimientos profundos, ni amando a Dios, ni haciendo buenas obras. Somos salvos por la obra de gracia de Dios en Cristo. Cuando la iglesia entiende esto y expresa dicha realidad, mostramos al mundo entero que la conversión cristiana no tiene nada que ver con cambiar de partido político o nuestra escala de valores. No es un simple cambio de opinión o mentalidad. La conversión cristiana significa ser rescatado. Ser rescatado de la muerte para pasar a la vida, de la ira para alcanzar perdón, de la esclavitud para obtener libertad. Y es un rescate obrado por Dios. Solo Él puede hacerlo.

El escritor de himnos Charles Wesley lo expresó de forma magnífica:

Mi alma, atada en la prisión,
anhela redención y paz.
De pronto vierte sobre mí
la luz radiante de Su faz.
Cayeron mis cadenas,
¡vi mi libertad y le seguí!.

La conversión es principalmente una acción de Dios y, en segundo lugar y con mucha diferencia, es una acción nuestra. Debemos ser salvos, y a través de Cristo lo somos. Pero la conversión también implica nuestra acción. Nos levantamos, caminamos y perseveramos. En el siguiente capítulo nos vamos a centrar en nuestra responsabilidad.

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Este artículo sobre ¿Por qué y para qué nos quiere salvar Dios? fue adaptado de una porción del libro La conversión, publicado por Poiema Publicaciones

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Páginas 47 a la 50

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