La esperanza superior del cristiano: cómo las promesas del evangelio moldean la forma en la que vemos el sufrimiento

Una esperanza superior

Cuando el cristianismo comenzó a crecer, sus escritores rápidamente comenzaron a aportar muchas ideas nuevas al mundo del pensamiento humano, difiriendo notoriamente no solo de las creencias paganas oc­cidentales, sino también del pensamiento oriental, especialmente en lo referente al dolor y el sufrimiento[1]. Es casi imposible sobreestimar la importancia de la perspectiva cristiana del sufrimiento por el éxito que tuvo en el imperio romano y por su impacto en el pensamiento humano.

Los primeros oradores y escritores cristianos no solo argumentaron enérgicamente que la enseñanza del cristianismo tenía una mejor expli­cación del sufrimiento, sino que insistieron en que las vidas de los cristia­nos lo demostraban. Cipriano relató cómo los cristianos no abandona­ron a sus seres queridos ni huyeron de las ciudades durante las terribles pestes, como hicieron la mayoría de los residentes paganos. En lugar de esto, se quedaron para atender a los enfermos y enfrentaron su muerte con calma[2]. Otros escritos cristianos primitivos, como Para los romanos de Ignacio de Antioquía y Carta a los filipenses de Policarpo, señalaban el aplomo con que los cristianos se enfrentaban a torturas y muerte a causa de su fe. “Los cristianos usaron el sufrimiento para defender la superioridad de su credo… [porque] sufrían mejor que los paganos”[3]. Los griegos habían enseñado que el verdadero propósito de la filosofía era ayudarnos a enfrentar el sufrimiento y la muerte. Sobre esta base, escritores como Cipriano, Ambrosio y más tarde Agustín argumentaron que los cristianos sufrieron y murieron mejor, y esta fue una evidencia empírica y visible de que el cristianismo era “la filosofía suprema”. Las diferencias entre la población pagana y la cristiana en cuanto a este tema fueron lo suficientemente significativas como para dar credibilidad a la fe cristiana. A diferencia del momento actual, en el que la existencia del sufrimiento y el mal hace que la fe cristiana sea vulnerable a la crítica y la duda, los primeros cristianos proclamaban que el dolor y la adversidad en la vida eran de las principales razones para abrazar la fe.

¿Por qué eran tan diferentes los cristianos? No era debido a alguna distinción en su temperamento natural; no eran simplemente personas más fuertes. Tenía que ver con lo que creían sobre el mundo. Judith Perkins, erudita en documentos clásicos, argumenta que el relato del su­frimiento de la tradición filosófica griega no fue práctico ni satisfactorio para la persona promedio. El enfoque cristiano del dolor y el mal, con mayor espacio para la tristeza y mayor base para la esperanza, fue parte importante de su atractivo[4].

Primero, el cristianismo ofrecía una mayor base para la esperanza. Luc Ferry, en su capítulo “La victoria del cristianismo”[5], está de acuerdo en que la perspectiva cristiana del sufrimiento fue una de las principales razones por las que el cristianismo derrotó completamente a la filosofía griega y se convirtió en la cosmovisión dominante en el imperio roma­no. Para Ferry, una de las principales diferencias tenía que ver con lo que el cristianismo enseñaba respecto al amor y al propósito de las personas. La diferencia más obvia era la doctrina cristiana de la resurrección de los cuerpos y la restauración del mundo material. Los filósofos estoicos ha­bían enseñado que, después de la muerte, continuamos como parte del universo, pero no en una forma individual. Tal como resume Ferry: “La doctrina estoica de la salvación es completamente anónima e impersonal. Nos promete la eternidad, ciertamente, pero no como personas, sino como un fragmento olvidado del cosmos[6]. Pero los cristianos creían en la resurrección debido a la confirmación de cientos de testigos oculares del Cristo resucitado. Ese es nuestro futuro, y eso significa que somos salvos de manera individual —nuestras personalidades serán conserva­das, embellecidas y perfeccionadas después de la muerte. Nuestro futuro estará lleno de un amor perfecto y sin obstáculos —con Dios y con los demás. Ambrosio escribió:

Debe haber una diferencia entre los siervos de Cristo y los adora­dores de ídolos; estos últimos lloran por sus amigos, pues supo­nen que han perecido para siempre… Pero en cuanto a nosotros, para quienes la muerte es el fin no de nuestra naturaleza sino solo de esta vida, ya que nuestra naturaleza misma será renovada y mejorada, la llegada de la muerte enjugará toda lágrima[7].

Los filósofos griegos, especialmente los estoicos, intentaron “des­pojarnos de los temores relacionados con la muerte, pero a expensas de nuestra identidad individual”[8]. El cristianismo ofrecía algo radicalmente más satisfactorio. Ferry señala que lo que los seres humanos queremos “sobre todas las cosas es reunirnos con nuestros seres queridos y, si es posible, con sus voces, sus rostros —no en forma de fragmentos indife­renciados, como piedrecitas o verduras”[9].

La esperanza cristiana

Caminando con Dios a través de el dolor y el sufrimiento

Timothy Keller

La pregunta sobre por qué Dios permite el dolor y el sufrimiento ha intrigado tanto a creyentes como a no creyentes por siglos. En Caminando con Dios a través del dolor y el sufrimiento, Timothy Keller enfrenta esta pregunta y nos muestra que hay una razón detrás del dolor y el sufrimiento, argumentando con fuerza y solidez que esta parte esencial de la experiencia humana solo puede ser superada al entender nuestra relación con Dios.

No hay una declaración más sorprendente sobre esta diferencia en­tre el cristianismo y el paganismo antiguo que la que se encuentra en el primer capítulo del Evangelio de Juan. Allí, Juan aborda de manera brillante uno de los temas principales de la filosofía griega, al comenzar su relato diciendo que “en el principio [del tiempo] ya existía el Logos” (Jn 1:1). Pero continúa diciendo: “Y el Logos se hizo carne, y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado Su gloria” (Jn 1:14). Esta fue una decla­ración impresionante. Juan estaba diciendo: “Estamos de acuerdo en que existe un orden detrás del universo, y en que hallamos el significado de la vida cuando nos alineamos con él”. Pero Juan también estaba diciendo que el Logos detrás del universo no era un principio abstracto y racional que solo podía ser entendido por la élite educada. Más bien, el Logos del universo es una persona — Jesucristo— que cualquiera puede amar y conocer en una relación personal. Ferry resume el mensaje de Juan de esta manera: “Lo divino… ya no era una estructura impersonal, sino un individuo extraordinario”[10]. Ferry señaló que esto fue un “cambio insondable” que tuvo un “efecto incalculable en la historia de las ideas”.

Y más espacio para el sufrimiento

La otra gran diferencia entre los filósofos griegos y el cristianismo era que la consolación cristiana daba más lugar a las expresiones de tristeza y dolor. Las lágrimas y el llanto no deben ser sofocados ni limitados —son naturales y buenos. Cipriano cita a San Pablo, diciendo que los cristianos deben realmente afligirse, pero que deben hacerlo llenos de esperanza (1Ts 4:13).34 Los cristianos no veían el dolor como una cosa inútil que debía ser reprimida a toda costa. Ambrosio no se disculpó por sus lá­grimas y su dolor a causa de la muerte de su hermano. Recordando las lágrimas de Jesús en la tumba de Lázaro, escribió: “No hemos incurrido en ningún pecado grave por nuestras lágrimas. No todo el llanto proce­de de la incredulidad o la debilidad… El Señor también lloró. Lloró por uno que no era familiar Suyo, yo por mi hermano. Lloró por todos al llorar por uno; yo lloraré por todos al llorar por mi hermano”[11].

Para los cristianos, el sufrimiento no se debe tratar principalmente mediante el control y la supresión de las emociones negativas con el uso de la razón o la fuerza de voluntad. La realidad no era conocida prin­cipalmente a través de la razón y la contemplación, sino a través de las relaciones. La salvación se obtenía por medio de la humildad, la fe y el amor, no de la razón y el control de las emociones. Y, por tanto, los cris­tianos no enfrentamos la adversidad reduciendo estoicamente nuestro amor por las personas y por las cosas de este mundo, sino aumentando nuestro amor y nuestro gozo en Dios. Ferry señala: “Agustín, después de haber criticado radicalmente el amor que nos lleva a aferrarnos a cualquier cosa, no lo condena cuando su objeto es divino”[12]. Lo que está diciendo es que aunque el cristianismo estaba de acuerdo con los escrito­res paganos en que ese apego desmesurado a los bienes terrenales puede conducir a penas y dolor innecesarios, también enseñó que la respuesta a esto no era disminuir mi amor por esos bienes, sino amar a Dios por encima de todo. La única forma en que podremos enfrentarnos a todas las cosas con paz es si Dios es nuestro mayor amor, pues ni siquiera la muerte puede separarnos de Su amor. El dolor no tenía que ser elimina­do, sino sazonado y sostenido con amor y esperanza.

Además de utilizar el amor y la esperanza para aligerar nuestro do­lor, los cristianos también somos llamados a usar el consuelo de conocer el cuidado paternal de Dios. El consejo de los antiguos consoladores a los enfermos era que aceptaran la inevitabilidad de su cruel destino. Señalaban que el destino era aleatorio, una rueda de azar sin fundamen­to ni propósito; así que debían reconciliarse con él y no entregarse a la autocompasión ni quejarse[13]. El cristianismo rechazó rotundamente esta opinión. En lugar de múltiples dioses y centros de poder luchan­do unos contra otros, y de un destino impersonal gobernando sobre todo, el cristianismo presentaba una visión completamente nueva a la cultura grecorromana. El historiador Ronald Rittgers señaló que los cristianos afirmaban que un Creador único sostiene al mundo con sabi­duría y amor personal, “en oposición directa al politeísmo pagano y las nociones paganas del destino”[14]. Lo resume de esta manera: “Este Dios creó a la humanidad para la comunión con Él” e impuso la muerte y el sufrimiento solo cuando la raza humana se separó de esta confraternidad para ser sus propios amos; “la mortalidad y las dificultades no eran parte de la naturaleza original de las cosas”. Después de la Caída de la raza humana y la llegada del dolor y la maldad, Dios comenzó un proceso de salvación para restaurar esa comunión a través de Cristo. Durante este tiempo, Dios utilizó “pruebas, tribulaciones y adversidades para probar las almas humanas”, y junto con ellas les ofreció la “esperanza de ser libradas de ellas… Fue Él quien eliminó el aguijón de la muerte”[15]. En resumen, aunque los caminos de Dios a menudo son tan borrosos para nosotros como los de un padre para un bebé, aún confiamos en que nuestro Padre celestial nos cuida y está con nosotros para guiarnos y protegernos en todas las circunstancias de la vida.

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Este artículo La esperanza superior del cristiano: cómo las promesas del evangelio moldean la forma en la que vemos el sufrimiento fue adaptado de una porción del libro Caminando con Dios a través de el dolor y el sufrimiento, publicado por Poiema Publicaciones

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Páginas 45 a la 50

[1] Ver Rittgers, Reformation of Suffering. Esta sección y la siguiente se basan grande­mente en el excelente e innovador estudio de Rittgers sobre este tema.

[2] Cipriano, On Mortality [Sobre la mortalidad], capítulo 13. Citado en Rittgers, Reformation of Suffering, 45.

[3] Rittgers, 47.

[4] Judith Perkins, The Suffering Self: Pain and Narrative Representation in the Early Christian Era [El ser sufriente: El dolor y la representación narrativa en la era cristiana primitiva] (Routledge, 1995).

[5] En Ferry, Brief History.

[6] Ibid

[7] Ambrosio de Milán, On the Death of Satyrus [Sobre la muerte de Sátiro]. Citado en Rittgers, Reformation of Suffering, 43–44.

[8] Rittgers, 52.

[9] Ibid.

[10] Ibid.

[11] Ibid.

[12] Ibid.

[13] Incluso Séneca, quien creía en un Dios, creía que Él estaba sujeto a los dictados del destino. El destino en la visión greco-romana es impersonal, sus dispensaciones son completamente inexplicables, no puedes pedirle al destino que haga justicia —ese es un error categórico. El destino es completamente caprichoso y aleatorio, aunque se haya personificado poéticamente en los escritos antiguos. En Boecio, Consolation of Philosophy [La consolación de la filosofía], se expresa bien esta opinión: “Estás equivocado si piensas que la fortuna ha cambiado a favor tuyo. El cambio es su comportamiento normal, su verdadera naturaleza… Has descubierto la cara cambiante de la diosa aleatoria… Con mano dominante mueve la rueda de inflexión [de azar], como las corrientes que van de un lado a otro en una bahía traicionera. No escucha ningún grito de miseria, no hace caso a ninguna lágrima, sino que se ríe de todo el dolor que ha provocado”. Boecio, The Consolation of Philosophy, traducido con una introducción de Victor Watts (rev. ed., Penguin, 1999), 23-24.

[14] Boecio, The Consolation of Philosophy, 46–47.

[15] Ibid.

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