La creación, la caída, la redención y la restauración: ¿cómo se relacionan con la cultura del creyente?

La creación

La doctrina de la creación nos dice, antes que nada, que el mundo material es importante. A diferencia de otros relatos antiguos de la creación, la tierra no es el resultado de una lucha de poder entre deidades, sino que es una obra de arte y de amor de un Creador. Una parte principal de la obra de Dios es Su deleite en continuar sosteniendo y cultivando la creación (Sal 65:9-13; 145:21; 147:15-20). Si Dios mismo, en efecto, hace estas dos cosas —si a la vez cultiva y sostiene la creación material salva almas con Su verdad— ¿cómo se puede decir que un artista o un banquero está dedicado al trabajo “secular” y que solo los ministros profesionales están hacien­do “la obra del Señor”?

En el relato de Génesis, a Adán y Eva se les dice que fructifiquen y se multipliquen, que tengan dominio (Gn 1:26-28). Michael Allen escribe: “Encajonado como está entre las declaraciones divinas de la bondad de la creación, este llamamiento sugiere que las actividades familiares, sociales, políticas y económicas son parte de los buenos propósitos de Dios para el mundo”.19 A los humanos se les da el huerto para que lo cuiden y cultiven (Gn 2:15). Un agricultor no deja solo un pedazo de tierra tal como está, sino que arregla el material en bruto para que produzca cosas necesarias para el florecimiento humano, ya sea alimentos, materiales para productos o simplemente hermosas hojas. En última instancia, todo trabajo y actividad cultural humanos representan esta clase de cultivo.

La caída

Michael Allen observa: “La muerte y el pecado limitan el potencial de la cultura, en tanto y cuanto tergiversan los deseos y las capacida­des de los agentes culturales, que ahora persiguen el mal antes que el bien”.20 Génesis 3:17-19 describe la maldición de Dios que cae des­pués de que Adán y Eva pecan. El texto nos muestra que el pecado infecta y afecta cada parte de la vida. En un pasaje sugerente, Francis Schaeffer lo resume de esta manera:

Deberíamos estar buscando ahora, bajo la obra de Cristo, sanidad sustancial en cada área afectada por la caída […]

El hombre estuvo separado de Dios, primero; y luego, desde la caída, el hombre está separado de sí mismo. Estas son las separaciones psicológicas […]

La siguiente separación es que el hombre se separó de otros hombres; estas son las separaciones sociológicas. Y en­tonces el hombre está separado de la naturaleza, y la natu­raleza separada de la naturaleza […] Un día, cuando Cristo regrese, va a haber una sanidad completa para todo ello.

Así que el pecado lo afecta todo; no simplemente los corazones, sino culturas enteras: todo aspecto de la vida. La doctrina del pecado pe­netra de dos formas. Por un lado, no debemos pensar que podemos escapar del pecado ni de sus efectos retirándonos a nuestras contra­culturas; ni, por otro lado, podemos olvidar que el pecado infecta la forma en que se hace todo trabajo y cultura, o que los ídolos se hallan en el mismo centro de toda cultura. Así, bajo la categoría de “caída”, debemos tomar en cuenta las verdades complementarias de la maldición de Dios y de Su gracia común. Cualquier bondad en el mundo, cualquier sabiduría o virtud, es un don inmerecido de Dios (Stg 1:17). La gracia común no es la gracia especial ni la salvadora; es una fuerza restrictiva que permite que las buenas cosas vengan en y por medio de personas que no conocen la salvación de Cristo.

Un pasaje particularmente importante para esta doctrina es la bendición de Dios a Noé en Génesis 8 – 9, en donde Dios promete bendecir y sostener la creación por otros medios además de hacerlo por Su pueblo redimido.22 John Murray escribe que la gracia común es “cada favor de cualquier clase o grado, el cual no llega a la salvación y que este mundo inmerecido y maldito por el pecado disfruta de la mano de Dios”.23

Esta comprensión bíblica de nuestra condición de personas caí­das —maldecidas, pero sostenidas por gracia no salvífica— es crucial para relacionar a Cristo con la cultura. El mundo es inherentemente bueno y está sostenido por la gracia común; sin embargo, está mal­decido. Los cristianos son redimidos y salvados; sin embargo, todavía están llenos de lo que queda del pecado. La línea de batalla entre Dios y los ídolos no solo corre por el mundo; corre por el corazón de cada creyente. Así que el trabajo y las producciones culturales tanto de cristianos como de no cristianos tendrán en ellos elementos tanto idólatras como honrosos delante de Dios. No se deben juzgar los pro­ductos culturales como “buenos si los hacen los cristianos” ni como “malos si los hacen los no cristianos”. Cada uno debe ser evaluado por sus propios méritos respecto a si sirve a Dios o a algún ídolo.

Contra el trasfondo de esta doctrina de la caída, recordamos el llamado de Jesús a Sus discípulos a ser la “sal de la tierra” (Mt 5:13). La sal mantenía la carne renovada para que no se echara a perder. La metáfora de la sal, en efecto, llama a los cristianos a involucrarse con el mundo; la sal no puede hacer su trabajo si no se distribuye. Los cristianos deben penetrar todos los escenarios de la sociedad. Pero ser sal implica ejercer una influencia restrictiva en las tenden­cias naturales de la sociedad a declinar y deshacerse. En tanto que el compromiso social es necesario y puede ser fructífero, no deberíamos esperar transformaciones sociales inusualmente grandes.

Así que, mientras que la doctrina de la creación nos muestra la bondad tanto del trabajo como de las llamadas vocaciones seculares y nos da una visión para edificar la cultura, la doctrina de la caída nos advierte en contra de la utopía y del triunfalismo.

La cultura y el cristiano

Amar la ciudad

Timothy Keller

En Amar la ciudad, Keller presenta un marco bíblico con el cual los cristianos pueden interactuar con la cultura de manera respetuosa y a la vez desafiante. Articula las características clave de una visión de la ciudad, mostrando cómo el tema de la ciudad se desarrolla a través de toda la Escritura, desde sus orígenes en la creación hasta su culminación en la redención gloriosa.

La redención y la restauración

La venida de Cristo —Su encarnación, vida, muerte, resurrección y ascensión— tiene gran significado para el compromiso cultural. Uno de los aspectos más importantes de la comprensión cristiana de la salvación de Cristo es que viene por etapas. Como Francis Schaeffer ha destacado, el pecado ha arruinado y desfigurado todo aspecto de la vida, y así la salvación de Cristo también debe renovar todo as­pecto de la vida; con el tiempo debe librarnos totalmente de la mal­dición del pecado. Como Isaac Watts escribió: “Él viene para hacer que Sus bendiciones fluyan tan lejos como haya llegado la maldición”.24

Pero el poder salvador y gobernante de Cristo, del que a me­nudo se habla bajo el encabezamiento de “el reino de Dios”, viene a nosotros en dos grandes etapas. Como ha observado Geerhardus Vos, el reino de Dios es “el ámbito de la gracia salvadora de Dios”, al que ahora se entra mediante el nuevo nacimiento y la fe en Cristo (Jn 3:3, 5; Col 1:13). En este sentido, el reino de Dios ya está aquí (Mt 12:28; Lc 17:21; 21:31). Pero el reino es también, según Vos, un ámbito de “rectitud, justicia y bendición”. Es un nuevo orden social (1P 2:9) que se muestra especialmente en la iglesia. Los Salmos nos dicen vívidamente que el poder gobernante de Dios sanará no solo los problemas sociales humanos, sino también a la naturaleza misma, que al presente está sujeta a decadencia (Ro 8:20-25). Los Salmos 72, 96 y 97 nos dicen que bajo el verdadero rey, el grano crecerá en las cumbres de las montañas (Sal 72:16), y que los campos, las flores, las piedras y los árboles cantarán de gozo (Sal 96:11-13). Herman Bavinck ha anotado que la gracia no elimina ni remplaza a la na­turaleza, sino que la restaura. La gracia no elimina el pensamiento ni el habla, ni el arte ni la ciencia, ni el teatro ni la literatura, ni los negocios ni la economía; rehace y restaura lo que falta.

Para usar la terminología de Francis Schaeffer, la alienación espiritual entre Dios y la humanidad se elimina cuando creemos,  somos justificados y somos adoptados en Su familia. Pero los efec­tos psicológicos, sociales, culturales y físicos del pecado siguen con nosotros. Podemos esperar ver algo de sanidad ahora, pero la sanidad completa y la remoción de esos resultados espera al día final. Así que el reino de Dios, aunque “ya” está verdaderamente aquí, “todavía no” está aquí por completo (Mt 5:12, 20; 6:33; 7:21; 18:3; 19:23–24).

Schaeffer sugiere que podemos esperar ver sanidad “sustancial” ahora a través de todo el orden creado; pero ¿qué significa eso real­mente? ¿Cómo exactamente el reino está “ya” y cómo “todavía no” está? Michael Allen lo expresa de manera penetrante: “La cuestión real en la relación del cristianismo y la cultura, por consiguiente, es […] ¿en qué tiempo y a qué ritmo sucederán estas cosas?”

Estrechamente relacionada con la cuestión de cuándo veremos el fruto del reino inaugurado está la cuestión de la relación entre la iglesia y el reino. A veces la Biblia habla del reino como si ope­rara solo dentro del ámbito de la iglesia; en otras ocasiones, habla como si estuviera fuera de la iglesia, incorporando al mundo entero. Así como la enseñanza bíblica sobre nuestra condición caída nos da verdades complementarias que debemos resolver para mantener en equilibrio —la maldición y la gracia común— así también lo hace la enseñanza bíblica sobre la redención de Cristo. Su poder salvador ya está obrando, pero todavía no por completo. Este poder salvador está obrando en la iglesia reunida, pero no es exclusivo para la iglesia. Aquí vemos de nuevo por qué los diferentes modelos son correc­tos, pero también cuán fácilmente pueden volverse reduccionistas y desequilibrados. Debemos esperar sanidad del pecado en todos los aspectos de la vida: privada pública, dentro de la iglesia fuera en la cultura. Debemos ver a la iglesia reunida como el gran vehículo para esta restauración, pero también podemos decir que cristianos indivi­duales en el mundo pueden ser llamados representantes del reino. No podemos separar nuestra vida espiritual ni eclesial de nuestra vida secular ni cultural. Cada parte de nuestra vida: vocacional, cívica, de familia, recreacional, material, sexual, financiera y política, debe ser presentada como “sacrificio vivo” a Dios (Ro 12:1-2).

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Este artículo La creación, la caída, la redención y la restauración: ¿cómo se relacionan con la cultura del creyente? fue adaptado de una porción del libro Amar la ciudadpublicado por Poiema Publicaciones. Conoce todos los libros de Timothy Keller en español.

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Página 286-290

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