Muchos cristianos hoy en día dicen: “Seguramente es mejor concebir el evangelio como un lugar donde habrá algunos castigos temporales hasta que al final la gente simplemente pierda toda conciencia: que sean al final aniquiladas”. Otros creen que es manipulador y cruel siquiera pensar en el infierno y dicen: “Solo hablemos del amor de Dios”. Sin embargo, hay varias cosas que realmente hay que decir. Este no es un tema fácil, pero hay que tratarlo.
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Si yo acepto que el infierno es real, eterno y más aterrador que cualquier otra cosa, sería una falta de bondad y amor de mi parte no advertirte, exactamente como habría sido una falta de bondad y amor de parte de Jesús no haber advertido a la gente de su época.
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Jesús es quien introduce la mayoría de las horribles imágenes que tenemos acerca del infierno. Él puede decirles abiertamente a Sus seguidores que corren el riesgo de ser crucificados, golpeados, aserrados y todo lo demás: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Más bien, teman a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno” (Mt 10:28). Él habla acerca de calabozos y cadenas, de las tinieblas de afuera. La gente a veces dice: “Me gustaría ir al infierno. Todos mis amigos estarán allí”. No habrá amigos en el infierno. Jesús habla de llanto, gemidos y crujir de dientes. Por eso no debe sorprendernos que Él llore por la ciudad cuando sus habitantes no se arrepienten ni creen.
Por lo tanto, si la gente piensa que advertir a las personas acerca del infierno es manipulador, deben acusar a Jesús de manipulación. No obstante, la acusación de manipulación sólo tiene sentido si la amenaza del infierno no es real. Nadie hablaría de manipular a las personas para que salgan de un edificio en llamas si se les advierte de las terribles consecuencias de quedarse dentro y se les ruega que salgan. Si yo acepto que el infierno es real, eterno y más aterrador que cualquier otra cosa, sería una falta de bondad y amor de mi parte no advertirte, exactamente como habría sido una falta de bondad y amor de parte de Jesús no haber advertido a la gente de su época.