Las convicciones de Calvino y su énfasis en la prioridad del púlpito

Calvino creía que la predicación bíblica debía ocupar un lugar primordial en el servicio de adoración. Lo que Dios tiene que decir al hombre es infinitamente más importante que lo que el hombre tiene que decir a Dios. Si la congregación ha de adorar de forma adecuada, si los creyentes han de ser edificados, si los perdidos han de ser convertidos, la Palabra de Dios debe ser expuesta. Nada debe desplazar a las Escrituras del lugar primordial en la reunión pública.

La prioridad de la predicación bíblica en el pensamiento de Calvino es innegable: “Dondequiera que se predique únicamente la Palabra de Dios y se administren los sacramentos de acuerdo a la institución de Cristo, ahí, sin duda alguna, existe una iglesia de Dios”. Por otro lado, “una congregación en donde no se predique la doctrina celestial no merece ser reconocida como iglesia”. En resumen, Calvino sostenía que la exposición bíblica debe ocupar un lugar primordial en el servicio de adoración, significando que la predicación es la función principal del ministro.

Pero no basta con cualquier clase de predicación. Calvino escribió: “La verdad de Dios solo puede permanecer por medio de la predicación del evangelio”. Añadió: “Dios preparará a su iglesia únicamente mediante la predicación de Su Palabra, no por los artilugios de los hombres [que son madera, heno y paja]”. Sabía que cuando desaparece la predicación bíblica, la doctrina y la piedad se van con ella: “Sin una predicación sana, no habrá piedad”. Dicho simplemente, Calvino creía que la única forma en que la iglesia puede ser edificada es mediante “la predicación del evangelio, que en sí misma está repleta de gran majestad”. La predicación bíblica es así de necesaria y así de noble.

De acuerdo a las Ordenanzas de Ginebra de 1542, que Calvino mismo escribió, la principal tarea del pastor, los ancianos y los ministros es anunciar la Palabra de Dios para instruir, amonestar, exhortar y reprender, y ninguna otra figura en la historia de la iglesia practicó esto mejor que Calvino. Él declaró: “La meta de un buen maestro es hacer que los hombres quiten sus ojos del mundo y miren hacia el cielo”. Asimismo, “la tarea del teólogo no es entretener, sino fortalecer las conciencias mediante la enseñanza de todo lo que es verdadero, seguro y provechoso”. Esta es la verdadera predicación.

A medida que se establecía la teología de la Reforma —mayormente a través de la exposición pública de Calvino— comenzaron a ocurrir cambios drásticos por toda Europa. La exposición bíblica regresó a su lugar central en la iglesia. James Montgomery Boice recalcó este reajuste cuando escribió:

Cuando la Reforma azotó a Europa en el siglo XVI, se produjo una exaltación inmediata de la Palabra de Dios en los servicios protestantes. Juan Calvino llevó esto a cabo con gran minuciosidad, ordenando que los altares, que habían sido el centro de las misas latinas durante siglos, fuesen removidos de las iglesias y reemplazados por púlpitos con Biblias. Este no debía estar en un lado del santuario, sino en el centro mismo, en donde cada línea de la arquitectura dirigiera la mirada del adorador hacia el único Libro que contiene el camino a la salvación y señala los principios con que la iglesia del Dios vivo debe ser gobernada.

Las convicciones de Calvino siempre enfatizaban la prioridad del púlpito. Al abrirse la Biblia, se desató una reforma.

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