¿Es la fe cristiana infantil?

.Mira estos versos una vez más:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda,  sino que tenga vida eterna. El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado [es decir, ya se ha dictado la sentencia], porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Juan 3:16, 18

Así como las personas eran salvadas simplemente por mirar, por confiar, por creer en la serpiente de bronce que Dios había provisto, así también nosotros creemos en Cristo y encontramos vida (ver 3:14-15). Lo que Jesús quiere que hagamos no es impresionarlo, tratar de llamar Su atención o tratar de pagar por nuestros pecados. Lo que quiere es que confiemos en Él.

Conclusión

Quiero terminar de la siguiente forma. Si todo esto es cierto (¡y yo creo con cada fibra de mi ser que lo es!), entonces nuestra primera respuesta debería ser de agradecimiento, de arrepentimiento delante de Dios, de acciones de gracias por lo que Él ha hecho y de fe sincera. Pero en nuestro mundo hay fuertes voces que argumentan que la gratitud delante de Jesús muestra lo inferior, sensiblero, emocional y débil que es el cristianismo como religión. Por ejemplo, el Obispo Spong, un obispo episcopal recientemente retirado, escribe:

¿Qué significa la cruz? ¿Cómo se supone que debe entenderse? Está claro que el antiguo modelo de ver la cruz como el lugar donde se pagó el precio de la caída es totalmente inapropiado. Aparte de fomentar la culpa, justificar la necesidad de castigo divino y causar un sadomasoquismo incipiente que ha subsistido con tenaz persistencia a través de los siglos, la comprensión tradicional de la cruz de Cristo se ha vuelto inoperante en todo nivel. Como he observado anteriormente, una deidad salvadora trae como consecuencia gratitud, no humanidad expandida. La gratitud constante, que la historia de la cruz parece incentivar, solo origina debilidad, infantilismo y dependencia.

Esa postura es bastante común hoy en día. Una de las mejores respuestas breves a esta perspectiva que he visto es de John Piper, quien dice:

“Sí”, Obispo Spong, “una deidad salvadora trae como consecuencia gratitud”. Eso es cierto. No podemos impedir que la misericordia de Dios haga lo que hace. Él nos ha rescatado de nuestro egoísmo y su horrible punto final: el infierno. Nuestro corazón no puede dejar de sentir lo que siente: gratitud.

Usted dice que eso incentiva la “debilidad”. No exactamente. Incentiva el ser fuerte de una manera que hace que Dios luzca bueno, y a nosotros nos hace sentir alegres. Por ejemplo, Jesús le dijo al apóstol Pablo: “Con Mi gracia tienes más que suficiente, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad”. Pablo respondió: “Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí […] porque mi debilidad es mi fuerza” (2Co 12:9). Por lo tanto, su dependencia lo hacía más fuerte de lo que habría sido en otras circunstancias.

Usted dice que esta “constante gratitud” produce “infantilismo”. No es así. Los niños no dicen gracias naturalmente. Ellos vienen al mundo creyendo que el mundo les debe todo lo que ellos quieren. Tenemos que grabar la palabra “gracias” en el corazón egoísta del niño. Sentirse agradecido y decirlo a menudo es una señal de notable madurez. Tenemos un nombre para las personas que no se sienten agradecidas por lo que reciben. Las llamamos ingratas. Y todos sabemos que ellos actúan como niños egoístas. Son infantiles. No, Obispo Spong, Dios quiere que crezcamos y seamos personas maduras, reflexivas, sabias, humildes y agradecidas. Lo opuesto es ser infantil.

De hecho, lo contrario, honestamente, es ser amargado. Antes de volverse cristiano, a C. S. Lewis le desagradaba el mensaje de la Biblia de que debíamos agradecer y adorar a Dios todo el tiempo. Entonces todo cambió. Lo que él descubrió no fue que alabar y agradecer hiciera infantiles a las personas, sino que las volvía bondadosas y saludables. Él dijo: “Las mentes más humildes y a la vez más equilibradas y capaces adoraron más, mientras que los amargados, desadaptados y descontentos adoraron menos”. Esa es mi experiencia. Cuando soy ingrato, soy egoísta e inmaduro. Cuando estoy rebosante de gratitud estoy saludable, orientado hacia los demás, soy servicial, exalto a Cristo y estoy gozoso.

Como puedes ver, al final concluimos con Cristo. Dios es el tipo de Dios que nos busca, y por lo tanto concluimos con Cristo. Muchos cristianos a través de los siglos han testificado de la manera en que Dios los buscó a ellos. Hay un extraordinario poema de Francis Thompson que habla de Dios como si fuera el sabueso del cielo que lo persigue. Algunos de sus versos dicen:

Huí de Él, en la noche y en el día;
huí de Él, por los umbrales de las épocas;

huí de Él, por laberínticas vías
de mi mente; y entre una niebla de lágrimas

me escondí de Él, bajo una constante carcajada. Hacia anhelos elevados corrí;
Mas caí, precipitado,

abajo, a titánicas tinieblas de temores abismales,
Por aquellos fuertes Pies que me seguían por doquier.

Pero en persecución serena,

Y con paso imperturbable,
A ritmo pausado, en majestuosa inminencia,

Aquellos Pies resonaban,

y tras ellos una Voz más cercana:
“Todas las cosas traicionan a quien me traiciona a Mí”.

Ese es el Dios que ama. Él es el sabueso del cielo. Y Él es quien finalmente nos otorga significado cuando somos restaurados por Él. Nuestro significado no proviene de ser independientes. Eso puede destruirnos. Nuestro significado no proviene de ser ricos. Eso puede destruirnos; en cualquier sentido es impiedad y finalmente nos condenará. Nuestro significado proviene de alegrarnos por tener una recta y ordenada relación con el Dios vivo, en la cual somos singular e impetuosamente amados por Él. La alternativa es la muerte, que no siempre es tan drástica como la describe otro poeta, Edwin Arlington Robinson, pero del mismo género:

Cada vez que Ricardo Cory iba por la calle nosotros lo mirábamos desde la acera.

Era un caballero de pie a cabeza,
de aspecto pulcro y regio talle.

Siempre iba vestido de forma discreta, y siempre era humano cuando hablaba; aun así marcaba el ritmo cuando decía “buenos días”, y al caminar brillaba.

Y era rico, sí, más rico que un monarca,
y asombrosamente educado en toda gracia. En fin, pensábamos que él lo era todo
y deseábamos vivir en su lugar.

Seguimos trabajando y esperando alguna luz, y nos faltaba la carne y maldecíamos el pan. Pero una serena noche de verano, Richard Cory fue a casa y metió una bala en su cabeza.

Como dijo Thompson: “Todas las cosas traicionan a quien me traiciona a Mí”.

O, una vez más, el testimonio de Malcolm Muggeridge, quien era un periodista amargado, brillante y excéntrico. Sus intereses y comentarios variaban tanto que “como decía una cosa, también decía otra”. Él era creativo y blasfemo, fue triunfador y derrotado, y tuvo una carrera espectacular. Se convirtió a una edad avanzada, y escribió:

Supongo que puedo considerarme un hombre relativamente exitoso, o al menos puedo parecerlo. La gente ocasionalmente se queda mirándome en la calle; eso es fama. Con mucha facilidad puedo ganar lo suficiente como para calificar en la admisión de los más altos niveles de la oficina tributaria británica; eso es éxito. Provistos de dinero y un poco de fama, incluso los ancianos, si les importa hacerlo, pueden participar de las diversiones que están a la moda; eso es placer. Podría haber sucedido de vez en cuando que algo que dije o escribí recibió la suficiente atención como para convencerme de que significó un serio impacto en nuestro tiempo: eso es realización. Sin embargo, voy a decirles, y les ruego que me crean, que si multiplicamos estos pequeños triunfos por un millón, y los sumamos, no son nada —menos que nada, un impedimento positivo— comparados con un sorbo de aquella agua viva que ofrece Cristo a los sedientos espirituales, sean quienes sean. ¿Qué tiene la vida, me pregunto, qué hay en las obras del tiempo pasado, presente y futuro que pudiera ponerse en la balanza e igualar la renovación que produce beber esa agua?.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito” (Jn 3:16).

_________________________

Este artículo fue adaptado de una porción del libro El Dios que está presentepublicado por Poiema PublicacionesPuedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

_________________________

Páginas 150 a la 153

15 likes
Prev post: La intimidad en nuestra relación con el SalvadorNext post: El intercambio del asombro

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *