El verdadero lugar de la fe y el arrepentimiento en el orden de salvación

¿Cómo empezó la pregunta es primero el arrepentimiento o la fe?

El concepto del ordo salutis se ha asociado por mucho tiempo con la teología reformada, aunque su uso más temprano después de la Reforma parece haber sido en un contexto luterano. Pero la expresión como tal tiene un origen mucho más antiguo, al menos desde el siglo X, en los escritos poéticos de Odón, abad de Cluny. En la teología posterior a la Reforma, se usó cada vez más en el contexto de la aplicación de la obra de Cristo al individuo. En sus mejores formulaciones, su intención era exponer la lógica interna y las interrelaciones de los distintos aspectos de esta aplicación, no delinear un proceso temporal donde el individuo pasaba de una etapa a otra.

Hemos visto que William Perkins empleó la metáfora de una “cadena” para describir la manera en que se relacionan entre sí la elección, la regeneración, la fe, la justificación, la mortificación y la vivificación, y el arrepentimiento y la nueva obediencia en el contexto de la relación del individuo con Cristo. La metáfora ganó tanto terreno en la teología evangélica, especialmente en relación con Romanos 8:29-30, que a menudo se ha olvidado su naturaleza heurística y metafórica. Una repercusión de esto ha sido la manera en que los diversos aspectos de la redención, vistos como eslabones individuales en la cadena, se siguen el uno al otro, y cada uno a su vez precede al siguiente. Esto después produjo una tendencia a cambiar la perspectiva, pasando de lo lógico a lo cronológico, y especialmente a quitar el enfoque de Cristo para ponerlo en los beneficios específicos del evangelio.

Fue en este contexto que surgieron preguntas acerca de la relación entre la fe y el arrepentimiento, y tras ellas la cuestión de si el arrepentimiento precedía o seguía a la fe, y si era así, en qué sentido.

¿Penitencia o arrepentimiento?

Detrás del conflicto de la Reforma están las discusiones de la Edad Media tardía sobre cómo se recibe la gracia. La iglesia, encarcelada en la Biblia latina de Jerónimo (la Vulgata latina), había leído la exhortación de Jesús “arrepiéntanse” como paenitentiam agite (Mt 4:17), y la interpretó como “hagan penitencia”. En consecuencia, el concepto bíblico del arrepentimiento se asoció con —si no se limitó a— actos concretos específicos que un sacerdote podía prescribir por el pecado como parte del sistema sacramental. Para los pecadores, esto se convirtió en el prerrequisito para recibir más gracia a medida que, en un proceso lento (pero más inusual que seguro), se llevaba a cabo la primera infusión de gracia en el bautismo mediante el sistema sacramental hasta llegar a su consumación en la justificación plena. Con la cooperación del receptor, si la fe llegara a ser saturada del perfecto amor de Dios (fides formata caritate), el individuo podría finalmente ser justificado; de hecho, lo sería rectamente, porque la “gracia” habría producido una rectitud interna que podría sustentar la justificación.

De esta forma, Dios justificaba a aquellos a quienes la gracia ya había hecho rectos. En este sentido, la justificación era “por gracia”. Pero no era sola gratia. Ocurría al final de un extenso y cooperativo proceso interno. No obstante, se insistía en que es la gracia la que produce justicia o rectitud, y en que lo hace de tal manera que la rectitud de Dios se revela en lo que podríamos llamar “la justificación de los que son hechos rectos por gracia”.

Los jóvenes que estaban a la vanguardia del nuevo movimiento de la Reforma se dieron cuenta, al leer la edición de Erasmo del Nuevo Testamento griego, de que el mensaje de Jesús no era paenitentiam agite [hagan penitencia], sino metanoeite [arrepiéntanse]. El arrepentimiento no es un acto externo puntual, sino el cambio de rumbo de la vida entera con fe en Cristo.

Lutero literalmente “dio en el clavo” con esta diferencia cuando publicó sus noventa y cinco tesis en Wittenberg. Su primera tesis decía: “Cuando nuestro Señor Jesucristo dijo “arrepiéntanse”, quiso decir que la totalidad de la vida cristiana debería ser arrepentimiento”. El arrepentimiento no es, pues, una decisión puntual de un momento, sino una transformación radical del corazón que revierte totalmente la dirección de la vida. En el contexto de la fe, el pecador arrepentido es justificado de manera inmediata, total y definitiva, al comienzo mismo de la vida cristiana. ¡No es de extrañar que se desatara la alegría y fluyera la seguridad!

¿Primero la fe?

Pero aún persistía la pregunta: ¿Cómo se relaciona el arrepentimiento evangélico con la fe?

Fue en este contexto de la teología medieval que Calvino insistió en darle la prioridad a la fe. Solo podremos experimentar un arrepentimiento evangélico si nos hemos aferrado a Cristo por le fe, pues es solo en Él que hallamos la gracia de Dios que necesitamos. Por lo tanto, no puede tener precedencia sobre la fe, ni lógica ni cronológicamente, porque entonces sería una obra previa y separada de la fe. Al escribir, Calvino siempre tenía en mente que muchos veían el arrepentimiento como penitencia.

Arrepentimiento y fe

El Cristo completo

Sinclair Ferguson

Ferguson muestra que el antídoto al veneno tanto del legalismo como del antinomismo es uno solo: el evangelio vivificante de Cristo Jesús, en quien somos al mismo tiempo justificados por fe, libres para hacer buenas obras y asegurados en nuestra salvación.

Un siglo más tarde, los teólogos de Westminster se esforzaban por enfatizar el contexto de la gracia para el “arrepentimiento para vida”:

El arrepentimiento para vida es una gracia evangélica… A través del mismo, un pecador se aflige por sus pecados y los odia, movido no solo porque ve y siente su repugnancia y su peligro, sino también porque estos son contrarios a la naturaleza santa de Dios y a Su ley justa. Y al comprender la misericordia de Dios en Cristo para los que se arrepienten, se aflige y odia sus pecados, de manera que se vuelve de todos ellos hacia Dios, proponiéndose y esforzándose para andar con Él en todos los caminos de Sus mandamientos.

Por tanto, dentro de la tradición confesional a la que pertenecía Boston, el arrepentimiento ocurre en el contexto de la fe que comprende la gracia de Dios en Cristo. Esto último motiva lo primero, no viceversa.

Thomas Boston –teólogo escocés– era enfático en este punto. Aunque no podemos dividir la fe y el arrepentimiento, sí los distinguimos cuidadosamente:

En pocas palabras, el arrepentimiento evangélico no va antes, sino que llega después de la remisión del pecado, en el orden natural.

Las implicaciones de esto para la predicación del evangelio habían liberado a Boston: Cristo debería ser presentado en toda la plenitud de Su persona y Su obra; la fe luego hace que la persona comprenda directamente la misericordia de Dios para con ella, y al hacerlo, se inaugura la vida de arrepentimiento como su fruto.

El libro The Marrow ya había tocado este punto en una conversación entre el legalista Nomista y el ministro Evangelista:

Nomista: No obstante, señor, como puede ver, Cristo exige una sed (referencia a Isaías 55:1) antes de que una persona venga a Él, pero yo entiendo que esta no puede existir sin verdadero arrepentimiento.

Evangelista: En el capítulo final de Apocalipsis, versículo 17, Cristo hace la misma proclamación general, diciendo: “El que tenga sed, venga”; y como si el Espíritu Santo ya desde entonces hubiera respondido tu misma objeción, en las palabras que siguen dice: “Y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida”, aun sin tener sed, si quiere, porque “al que a Mí viene, no lo rechazo” (Juan 6:37). Pero puesto que al parecer tú piensas que debe arrepentirse antes de creer, te ruego que me digas qué entiendes por arrepentimiento, o en qué consiste.

Nomista: Bueno, yo entiendo que el arrepentimiento consiste en que una persona se humille delante de Dios y se entristezca y se aflija por haberlo ofendido con sus pecados, y en volverse de todos ellos al Señor.

Evangelista: ¿Y le pedirías a una persona que hiciera todo esto antes de venir a Cristo en fe?

Nomista: Sí, de hecho, creo que es muy apropiado que lo haga.

Evangelista: Bueno, entonces te aseguro que le estarías pidiendo que haga lo imposible. Porque, en primer lugar, la humillación piadosa del verdadero penitente procede del amor de Dios, su buen Padre, y del odio a ese pecado que lo ha ofendido; y esto no puede ocurrir sin la fe.

Segundo, la tristeza y la aflicción por haber ofendido a Dios con el pecado implican necesariamente un amor a Dios; y es imposible que lleguemos a amar a Dios antes de que la fe nos lleve a entender que somos amados por Dios.

Tercero, ningún ser humano puede volverse a Dios si primero Dios no lo hace volver a Él; y después de esto, se arrepiente; por eso Efraín dice: “Después que me convertí, tuve arrepentimiento” (Jer 31:19, RVA). Lo cierto es que un pecador arrepentido primero cree que Dios hará lo que ha prometido, es decir, perdonar su pecado y quitar su iniquidad; luego descansa en esa esperanza; y a partir de eso —y por eso— abandona el pecado —y se aparta de su antiguo rumbo— porque este ofende a Dios; y hará lo que es agradable y aceptable ante Él. Por lo tanto, en primer lugar, se comprende el favor de Dios y se cree en la remisión de los pecados; luego viene el cambio de vida.

Boston puso su sello sobre estas palabras e indicó en extensas notas que esta era su propia comprensión de cómo funciona la salvación. El arrepentimiento debe surgir de la fe; de lo contrario es legalista. Pero, en realidad, la fe sin arrepentimiento no sería más que imaginación.

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Este artículo El verdadero lugar de la fe y el arrepentimiento en el orden de salvación fue adaptado de una porción del libro El Cristo completopublicado por Poiema Publicaciones
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Páginas 98 a la 101

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