El Espíritu Santo en el día de pentecostés
El Discurso de Despedida de Jesús (Juan 14:16) constituye la pieza central de la narración del aposento alto (Juan 13:17) y con justa razón ha sido descrito como un cofre de joyas espirituales. Pero a veces los cristianos se han apresurado en exceso al interpretar partes de estos capítulos. Tendemos a evadir el contexto histórico de las palabras de Jesús y las tratamos como si fueran verdades intemporales que se nos han dicho directamente a nosotros.
Estos capítulos, desde luego, nos resultan altamente provechosos para la doctrina, reprensión, corrección, e instrucción en justicia, como toda la Escritura (2 Timoteo 3:16-17), pero, por cierto, solo si se interpreta correctamente.
Tomemos un ejemplo de interpretación excesivamente apresurada: Jesús promete que el Espíritu Santo les enseñará a los discípulos todas las cosas, les recordará todo lo que él ha dicho, les mostrará las cosas que vendrán, y los guiará a toda verdad (Juan 14:26; 16:12-13). Esto con frecuencia se lee como si fuera una promesa que se nos ha dado directamente a nosotros. Pero esto es pasar por alto el contexto, porque aquí Jesús les habla a los apóstoles (¡no directamente a nosotros!). Él les está prometiendo específicamente que ellos serán vehículos de nueva revelación que, finalmente, constituirá las Escrituras del Nuevo Testamento.
Un ejemplo similar es la promesa de Jesús de que cuando el Espíritu venga se ocupará en un ministerio triple de convencer de pecado, justicia, y juicio (Juan 16:8-11). Desde luego, estas palabras son relevantes para el ministerio actual del Espíritu Santo. Pero ignoramos su rico significado si las interpretamos pasando por alto su contexto histórico. En su contexto original, estas palabras constituyen una profecía de la obra del Espíritu el Día de Pentecostés (Hechos 2:1ss.).
Cuando reconocemos esto, somos capaces de llenar el contenido de la promesa. Pero cuando no logramos reconocerlo, corremos el riesgo de interpretar (y así remodelar y distorsionar) la Escritura desde nuestra propia experiencia.
Jesús dice que el Espíritu Santo va a “convencer”. Este verbo significa cualquier cosa desde “vaciar un contenido sobre” hasta “persuadir”. Esta obra tiene tres dimensiones: convencer de pecado, de justicia, y de juicio. ¿Pero qué significa eso? Jesús lo explica, y los sucesos de Pentecostés ejemplifican su respuesta.
Convencimiento de pecado
En primer lugar, el Espíritu convence de pecado porque los hombres no creen en Cristo (Juan 16:9).
Esto no significa que los hombres sean pecadores porque no creen en Cristo. Más bien, cuando más tarde vino el Espíritu en Pentecostés y le dio gloria a Cristo en la exaltación que Pedro hizo de él (Hechos 2:22), sus oyentes se dieron cuenta de su pecado: Jesús era el Cristo, y no obstante ellos no habían creído en él. Este era el pecado específico del que fueron convencidos.
Convencimiento de justicia
Segundo, el Espíritu convence de justicia, porque Jesús va al Padre (Juan 16:10). ¿Cuál es la relación entre la partida de Cristo al Padre y esta convicción de justicia?
En la terminología de Juan, que Jesús vaya al Padre denota el multifacético acontecimiento de su muerte, resurrección, ascensión, y exaltación a la derecha del Padre. En la resurrección y sus consecuencias, nuestro Señor fue divinamente vindicado (cf. Romanos 1:4). Se demostró que él era el Justo, como argumentó Pedro con gran poder en Pentecostés.
Pero si Jesús fue vindicado como el Justo, aquellos que lo despreciaron, desecharon y crucificaron fueron por ello condenados como injustos. Así, ellos fueron convencidos de la justicia de él, de su propia carencia de justicia, y —maravilla de maravillas— de que, en el Justo al que ellos crucificaron, Dios provee justicia para el injusto.
Convencimiento de juicio
En tercer lugar, el Espíritu convence de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado (Juan 16:11).
Una vez más, los sucesos de Pentecostés clarifican lo que esto significa. Aquí estaban los hombres que habían despreciado el susurro en sus conciencias de que estaban haciendo mal al eliminar a Jesús de este mundo. Pero en la cruz Cristo había juzgado y condenado a los poderes de las tinieblas (Juan 12:31). El juicio infligido en su contra fuera de Jerusalén había sido revertido cuando él salió de la tumba del huerto. La implicación no podía ignorarse. Si él había sido condenado erróneamente, entonces los que lo habían condenado a él ahora estaban condenados por el Dios que había levantado a Jesús de entre los muertos.
Consideremos esta idea cuidadosamente. El mensaje que enseñó el Espíritu a la luz de la resurrección fue este: “Jesús no era culpable; por lo tanto, ustedes son culpables. ¡Así que ahora ustedes, no Jesús, son llevados al juicio de Dios, son juzgados, y condenados!”
Cuando vino el Espíritu en Pentecostés, hombres y mujeres fueron convencidos de su pecado e incredulidad (Hechos 2:23-36); ellos fueron persuadidos de la justicia del Cristo divinamente vindicado (Hechos 2:24, 32-36); y ellos reconocieron su exaltación como Señor y sintieron su propia peligrosa condición (Hechos 2:34, 37).
Lecciones que aprender
¿Qué importantes lecciones deberíamos aprender de esto? Muchas, sin duda, pero una lección vital es que la más cierta, la mejor y más profunda convicción es la que nos muestra dos cosas:
Primero, que como pecadores necesitamos a Cristo.
Segundo, que el Cristo que necesitamos se nos ofrece en el evangelio.
La culpa puede volcarnos hacia la desesperación o a una nueva dureza de corazón. Pero la verdadera convicción nos vuelve a Cristo y a lo que se simboliza en el bautismo: nuestros pecados pueden ser perdonados (Hechos 2:38).
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Este artículo El Espíritu Santo en el día de pentecostés fue adaptado de una porción del libro Solo en Cristo, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Páginas 87 a la 90