Tristemente, muchos de nuestros hijos quieren tener toda la libertad que disfrutan los adultos antes de estar listos para asumir las responsabilidades que vienen con esos privilegios. A veces se van airados, en su inmadurez y rebelión. Otras veces solo quieren demostrar una vez por todas que pueden hacer las cosas por su propia cuenta sin nuestra ayuda. Aunque entendemos el deseo de probar su independencia, es triste ver a los jóvenes hacerse daño cuando no aprovechan el poder vivir en casa mientras terminan su educación o formación profesional. Irónicamente, muchos hombres jóvenes se unen al ejército de su país para escapar de la autoridad, mientras que algunas mujeres jóvenes se casan para obtener su independencia. Esta clase de decisiones suelen resultar en un entorno más humillante y restrictivo del que hubieran experimentado si se hubieran quedado en casa un poco más de tiempo.
Por supuesto, algunos adultos jóvenes se van con la intención de escapar de una situación difícil de abuso en el hogar, de negligencia o de padres autoritarios. “Padres, no exasperen a sus hijos, no sea que se desanimen” (Col 3:21). Entendemos la desesperación de un hombre joven cuyos padres abusan de él o de una mujer joven que es humillada por un padre autoritario. Conocemos a muchos jóvenes adultos que se fueron de sus casas tan pronto como cumplieron dieciocho años, aun cuando realmente no estaban listos para hacerlo. Nuestros corazones se entristecen con este tipo de situaciones, las cuales son demasiado comunes.
Conceder mayor libertad puede persuadir a tu hijo inmaduro de quedarse un poco más de tiempo
Todos necesitamos la gracia y la sabiduría de Dios para manejar la transición de nuestros hijos a la edad adulta. Aunque tenemos derecho a esperar ciertas cosas de cualquier adulto que viva en nuestra casa, estas expectativas se tienen que ajustar según la edad y la madurez de nuestros hijos. Como todos los adultos, los adultos jóvenes odian que se les fastidie y que se les controle de manera excesiva. Sobre todo, odian que se les trate como a niños, y anhelan que se les respete como a los adultos en los que se están convirtiendo. También desean encarecidamente la aprobación y el aliento de sus padres, ¡así que los padres necesitan muchísima paciencia! Esta paciencia y comprensión continuas solo son posibles cuando recordamos cuán paciente ha sido Dios con nosotros.
La Biblia nos recuerda que las personas son diferentes y que necesitan ser tratadas de acuerdo a su nivel de madurez (1Ts 5:14). Puede que los veinte años de edad sea un criterio general para juzgar cuándo un niño se convierte en adulto, pero definitivamente no es algo universal. El hecho de que tu primera hija se haya mudado de tu casa a los veintitrés años no implica que todos los demás seguirán la misma agenda. Algunos chicos tienen trabajos de tiempo completo con salarios altos y se pueden mantener a sí mismos ya para sus últimos años de adolescencia. Otros siguen necesitando gran ayuda con sus habilidades sociales a sus veinticinco años (aunque tales chicos usualmente no se dan cuenta de esto).
Es muy difícil ver a tus hijos dejar el nido antes de que estén listos, pero forzarlos a quedarse no es una opción. Necesitan adquirir madurez por medio del difícil proceso de cosechar lo que han sembrado (Gá 6:7). Puede ser que, como el hijo pródigo, tengan que pasar algún tiempo en el país lejano, donde serán humillados ante Dios y lograrán apreciar a su familia. Si tu hijo se fue de casa demasiado pronto, queda la esperanza de que el Señor obre para atraerlo a él o a ella hacia Él. ¡Sigue orando!
¿Es tiempo de decir adiós?
Por lo general, los padres occidentales liberan a sus hijos demasiado pronto. Desde el inicio de la adolescencia les permiten tomar sus propias decisiones en cuanto a su forma de divertirse, relacionarse y vestirse. Por otra parte, muchos padres cristianos tienden a controlar a sus adultos jóvenes demasiado al tomar todas sus decisiones por ellos. Encontrar el balance correcto no es fácil de discernir.
La buena noticia es que no tenemos que descifrar esto solos. Al igual que nuestros adultos jóvenes, también necesitamos sabiduría. Esta es una promesa a la que te puedes aferrar: [pb_blockquote author=”Santiago 1:5″]“Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y Él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie”.[/pb_blockquote] Tienes un Padre celestial generoso que está más que dispuesto a concederte sabiduría cuando se la pidas. Quizá tendrás que pedirla más de una vez —esta puede ser una petición que dure seis meses o dos años— pero el Señor, la fuente de toda sabiduría, es capaz de alumbrar tu corazón para que digas correctamente lo que toque, ya sea “adiós” o “por favor quédate”.
Él puede hacer esto directamente por medio de Su palabra o por medio de una combinación de otros factores como las circunstancias particulares, el consejo de otras personas o incluso este libro. Nunca podemos saber exactamente cómo, pero Él te dará la sabiduría que necesitas para cada día, tal como lo prometió.
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Este artículo Mi hijo se quiere ir de casa y no estoy de acuerdo con esa decisión ¿Debería obligarlo a quedarse? fue adaptado de una porción del libro Nunca dejas de ser padre publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Páginas 44 a la 47
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