Los sufrimientos de Minneapolis: Una oración por la ciudad



Padre todopoderoso y misericordioso, santificado sea Tu nombre en Minneapolis. Venerado, admirado y honrado sobre todo nombre, en la iglesia, en la política, en los deportes, en la música, en el teatro, en los negocios, en los medios, en el cielo o en el infierno. Que Tu nombre, Tu realidad absoluta sea el mayor tesoro de nuestras vidas. Y que Tu eterno y divino Hijo, Jesucristo nuestro Señor, crucificado por el pecado, resucitado de los muertos y reinando para siempre, sea conocido y amado como la persona más grandiosa de esta ciudad.

No fue un cumplido para la ciudad de Nínive, pero fue una gran misericordia cuando le dijiste a tu malhumorado profeta Jonás: ¿No debería tener lástima de Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no habría yo de compadecerme? (Jonás 4:11).

Oh, qué bueno eres al compadecerte de nuestra locura en lugar de complacer nuestro orgullo. Jonás no pudo comprender Tu misericordia. Su deseo era el fuego del juicio, y Tú lo sorprendiste y lo enfureciste con la conmoción del perdón.

No hemos escuchado a Tu Hijo, cuando clamaba a la ciudad que lo mataría, “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! (Mateo 23:37).

Oh, cuán grande es Tu corazón hacia las ciudades en su pecado y miseria.

Sí, te hemos escuchado hablar con misericordia a las grandes ciudades. ¿No le dijiste a Jerusalén: “Esta ciudad será para mí motivo de gozo, y de alabanza y de gloria a la vista de todas las naciones de la tierra.” (Jeremías 33: 9)? No eran dignas, no más que Nínive o que Minneapolis. Pero Tú eres un Dios misericordioso, “lento para la ira y grande en amor y fidelidad” (Éxodo 34:6).

¿Y qué somos nosotros? Somos deudores, cuya única esperanza es la gracia. Porque nunca podríamos restituir el honor que le hemos robado a Tu nombre. ¡Cuán precioso, entonces, es el rayo de la verdad de que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores!” (1 Timoteo 1:15).

¿Y para qué nos has salvado, Padre? ¿Con qué fin perdonaste, y limpiaste, liberaste, y capacitaste a Tu pueblo? Nos ha dicho: “para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:7). Sí, eso es mejor. Tú eres el mejor regalo para nosotros.

Pero esto está muy lejos Señor. ¿Qué del ahora? Por ahora vivimos en Minneapolis, no en el cielo. Este es nuestro hogar lejos de casa. Amamos nuestra ciudad. Amamos sus inviernos, sí, lo hacemos, y apreciamos sus primaveras. Nos encanta su gran río y sus parques. Sus estadios y sus equipos. Nos encantan sus lagos y su aire cristalino. Nos encanta su hermoso paisaje urbano. Nos encantan sus barrios arbolados, su industria, sus artes, sus restaurantes y su reciclaje.

Y amamos a su gente. Sus antiguos inmigrantes suecos y los nuevos inmigrantes somalíes. Sus afroamericanos, sus asiáticos, sus latinos. Amamos a aquellos con tantas raíces genéticas que no saben qué casilla marcar. Amamos su diversidad, cada ser humano precioso porque hiciste a cada uno como Tú y para Tu gloria.

Este es nuestro hogar lejos de casa. Somos peregrinos y extranjeros en esta ciudad (1 Pedro 2:11). Entonces preguntamos nuevamente: ¿para qué nos has salvado? ¿Aquí y ahora?

Abre nuestros corazones para escuchar Tu respuesta, Señor: “busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad” (Jeremías 29:7).

Sí señor. Sí, este es nuestro corazón para Minneapolis. Buscamos su bienestar. Oramos en su favor.

Por aquellos que conocían mejor a George Floyd y lo amaban más, trae Tu consuelo y dirige sus corazones al Dios de toda consolación.

Por Derek Chauvin, quien puso su rodilla en el cuello de Floyd durante siete minutos, hasta que murió, pedimos la misericordia del arrepentimiento y el juicio de la justicia. Por los oficiales Thomas Lane, Tou Thao y Alexander Kueng, quienes estuvieron presentes ahí, oramos para que el dolor y el miedo den el fruto del justo remordimiento; y que la seriedad del asesinato y la cobardía de la complicidad se encuentren con las penas adecuadas.

Por los policías que son honestos,  que han visto los diez minutos del insoportable video de la muerte de Floyd, y que lo consideran horrible e inhumano, que consideran insólito que Chauvin no haya dicho una sola palabra durante siete minutos mientras el hombre bajo sus rodillas suplicaba por su vida, y quienes lamentan con esperanzas frustradas que ahora deben comenzar de nuevo desde “cero” para reconstruir la escasa confianza que esperaban haber ganado; por estos dignos sirvientes de nuestra ciudad, rogamos que conozcan la resistencia paciente de Jesucristo, quien sufrió por hechos que no cometió.

Por el jefe de policía Medaria Arradondo, el fiscal del condado de Hennepin, Mike Freeman, nuestro alcalde Jacob Frey y nuestro gobernador Tim Walz, pedimos el tipo de sabiduría que solo Dios puede dar, la que el buen rey Salomón tuvo cuando dijo: “Corten al bebé a la mitad” (1 Reyes 3: 16–28), y descubrió a la verdadera madre.

Que nuestros líderes amen la verdad, busquen la verdad, se mantengan firmes por la verdad y actúen de acuerdo con la verdad. Que nada, oh Señor, sea puesto “debajo de la alfombra”. No permitas que se otorgue algún poder o privilegio para torcer, distorsionar u ocultar la verdad, incluso si la verdad trae a los privilegiados, los ricos, los poderosos o los pobres, de la oscuridad del mal a la luz de lo que es justo.

Por los que odian, los amargados, los hostiles y los calumniadores de todas las razas, oramos para que vean “la luz del glorioso evangelio de Cristo” (2 Corintios 4:4). Oramos para que la luz expulse la oscuridad de sus almas, la oscuridad de la arrogancia, del racismo y del egoísmo. Oramos por corazones rotos, porque “un corazón quebrantado y contrito, oh Dios, no despreciarás Tú” (Salmo 51:17).

Oramos para que nuestra ciudad vea milagros de reconciliación y armonía duradera, enraizados en la verdad y en los caminos de la justicia. Oramos por la paz: el disfrute pleno de Shalom, que fluye del Dios de paz, y se compra a un precio infinito para los seguidores de corazón quebrantado del Príncipe de Paz.

Y mientras el flagelo de COVID-19, ahora ha matado a 100,000 personas en nuestra nación, y todavía mata a 20 personas por día en nuestro estado, la mayoría de ellas en nuestra ciudad, y a medida que el virus causa estragos en nuestra economía y los disturbios convierten vidas enteras de trabajo en humo, y el tejido de nuestra vida común se rasga, rogamos que la acumulación de nuestros dolores no agrave nuestros pecados, sino que nos envíe desesperados y corriendo hacia el Salvador resucitado, nuestra única esperanza, Jesucristo.

¡Oh Jesús, por esto moriste! Para poder reconciliar a las personas desesperadas y hostiles con Dios, y para que se reconcilien unas con otras. Lo has hecho por millones de personas, por gracia a través de la fe. Hazlo, Señor Jesús, en Minneapolis, te pedimos. Amén.

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