La misericordia de Dios

La misericordia de Dios

La misericordia de Dios es Su compasión activa hacia Su creación. Es Su respuesta al sufrimiento y la culpa, ambos productos de la Caída. ¿Hasta dónde se extiende? “Bueno es el Señor para con todos, y Su misericordia está en todas Sus obras” (Sal 145:9, RVA). Dios es infinitamente misericordioso, pero ejerce Su misericordia como Él decide, de acuerdo con Su soberana voluntad. Él escoge de quién tendrá misericordia (Ro 9:15). No está obligado a mostrarle misericordia a nadie, pero en la Biblia vemos que le muestra misericordia al pecador y al santo por igual. Los salmistas apenas pueden dejar de hablar de la misericordia de Dios. Aunque muchos consideran que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios inmisericorde, el Antiguo Testamento menciona Su misericordia en una proporción cuatro veces mayor que el Nuevo Testamento.

Pero el Nuevo Testamento nos enseña que en Cristo vemos la misericordia de Dios plasmada en toda su riqueza: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo” (Ef 2:4-5). Pablo comienza su segunda carta a los corintios con una celebración de Dios como “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación” (2Co 1:3). Pedro exclama: “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva” (1P 1:3).

Dios el Padre envía a Su Hijo por Su gran misericordia. Él actúa compasivamente hacia los pecadores, el Hijo se encarna y la misericordia adquiere un nombre propio.

Entender la misericordia de Dios en Cristo nos puede ayudar a entender mejor un versículo importante que solemos pasar demasiado rápido. Lo memoricé cuando era pequeña, pero nunca me detuve a examinarlo: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1Jn 1:9). Fiel y… ¿justo? Ver a Dios como fiel para perdonar los pecados confesados parecía lógico, pero esa referencia a la justicia me dejó perpleja cuando me detuve a examinarlo. ¿Cómo es posible que el hecho de que Dios perdone nuestros pecados sea justo? ¿No debería decir “fiel y misericordioso” en vez de “fiel y justo”? Hizo falta otro fracaso personal para yo poder detenerme y entender cómo este versículo podía ser verdad.

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La justicia, la misericordia y las multas

Mi esposo, Jeff, es un excelente conductor. Nunca ha tenido un accidente, a excepción de dos incidentes en la secundaria que no vale la pena contar (uno en el que una vaca inesperada tuvo heridas menores y otro en el que hubo una falla catastrófica en un lavadero de autos mientras Jeff lavaba el suyo). Así que, para aclarar, Jeff es un excelente conductor que, a excepción de las dos veces en las que fue víctima de circunstancias que estaban fuera de su control, no ha tenido ningún accidente.

Yo no soy mala conductora. El único accidente automovilístico en el que estuve involucrada (bueno, que causé) sucedió en el parqueadero de la iglesia. Di reversa demasiado rápido y me estrellé contra un camión que estaba detrás de mí, causándole un daño significativo a su parachoques y su rejilla. La historia es más significativa cuando te enteras de que, en un parqueadero de más de cuatrocientos espacios, me estrellé contra el único otro auto que había allí en ese momento.

No soy mala conductora, pero me han puesto una que otra multa. Hace siete años iba atravesando la ciudad para ir a dar una conferencia un viernes durante la hora pico del tráfico. Luego de haber esperado tres ciclos para girar a la izquierda en una intersección congestionada, aceleré mientras el semáforo estaba en amarillo y seguí mi camino. Un par de semanas después llegó una multa por correo con evidencia fotográfica de mi falta. Resultó que había cruzado cuando el semáforo estaba en rojo. La justicia dictaminó que se necesitaban doscientos dólares para limpiar mi buen nombre. O eso pensé.

Digamos simplemente que no teníamos doscientos dólares extra en ese momento, y mi vergüenza por el incidente hizo que retrasara el pago de la multa. Jeff se dio cuenta de que la fecha límite de pago estaba cerca y me lo recordó. Yo iba a salir de la ciudad, así que me dijo que iba a ir a la página web y se encargaría del pago. Fue allí que descubrió que, en realidad, no era mi buen nombre el que estaba en juego, sino el suyo. Como el auto que yo conducía estaba a su nombre, mi multa había pasado a su expediente de conducción… su excelente expediente de conducción. ¿Su respuesta? “Ya lo solucioné”.

Misericordia. Él pagó mi multa sin quejarse, y mi culpa quedó en su historial. A los ojos del gran estado de Texas, las demandas de la justicia se habían cumplido, aunque por otra persona. Yo no recibí lo que merecía, sino que Jeff lo recibió en mi lugar.

Ejemplos como este nos ayudan a entender por qué Dios es tanto fiel como justo para perdonar nuestro pecado: debido a que Cristo recibió justicia en la cruz, nosotros recibimos misericordia. Como Cristo ya pagó por nuestra culpa, Dios sería injusto si ahora se negara a perdonar nuestros pecados. La misericordia y la justicia toman su lugar en la narrativa de nuestra salvación.

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Este artículo La misericordia de Dios fue adaptado de una porción del libro A Su imagen, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

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Páginas 71 a la 74

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