Conectados pero desconectados: cómo las redes sociales transforman nuestra espiritualidad y relaciones

Redes sociales y espiritualidad: tres verdades que negamos cuando las usamos sin sabiduría

Hay una forma de usar las redes sociales con la que po­demos reflejar a Dios y hay otra forma de usarlas con la que nos convertimos en sus rivales. La sabiduría busca la primera.

¿Pero de qué forma específica las redes sociales nos arrastran a la rivalidad en vez de reflejar a Dios? Déjame sugerir tres verdades que negamos cuando las usamos sin sabiduría.

Nosotros cambiamos, Dios no

Considera que Dios es muy diferente a nosotros en lo que respecta a la variabilidad. Dios no cambia. No se deja influen­ciar. Él nunca lee una publicación en redes sociales y cambia lo que piensa o cómo actúa. Ni una sola vez ha redecorado o cambiado su estilo. La Roca Eterna es la misma eternamente. Él sabe lo que nosotros no sabemos: que los azulejos blancos serán el alimento del vertedero de mañana y que el conflicto intenso de opiniones de hoy será el remate de los chistes de mañana. Él trasciende nuestros tiempos cambiantes, gober­nándolos con la mano firme de Su reino inmutable.

Nosotros, en cambio, estamos expuestos a la influencia de otros y podemos ser persuadidos. Esto no se debe a una de­bilidad moral sino a nuestro diseño. En el algoritmo humano, la maleabilidad es una característica, no un error. Eso significa que podemos adaptarnos a las circunstancias cambiantes y re­conocer y alejarnos de lo que es peligroso o equivocado hacia lo que es seguro y bueno. Nuestra capacidad de ser influen­ciados es lo que nos permite amoldarnos a imagen de Cristo. Bajo la influencia apropiada, nos convertimos en seres huma­nos completos. Somos reformados para ser portadores de la imagen de Cristo, para lo que fuimos creados, mostrándole de una forma adecuada las perfecciones de Dios a un mundo que necesita desesperadamente la influencia de ese testimonio.

Piensa en tu vida diaria por un momento. ¿Cómo la han afectado las redes sociales? ¿Qué viste allí que cambió lo que está en tu despensa, tu botiquín, tu rutina de ejercicios, tu guardarropa o la decoración de tu casa? Ahora, reflexiona en  tu campo mental. ¿Qué eventos actuales o discusiones de fe han tomado la forma de lo que has visto en redes sociales? Lo que vemos nos moldea inevitablemente. Como se ha dicho frecuentemente, “Nos convertimos en aquello que contempla­mos”. O, como dice Jesús, “El ojo es la lámpara del cuerpo. Por tanto, si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz. Pero, si tu visión está nublada, todo tu ser estará en oscuridad. Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué densa será esa oscuridad!” (Mt 6:22-23).

Las redes sociales les dan forma a seres humanos malea­bles. La manera en que las use­mos los cristianos determina si nos moldean bien o mal. El lugar donde ponemos nuestra mirada, y por cuánto tiempo, influye no solo en cómo vivimos sino quienes somos. A diferencia del incrédulo, no tenemos la opción de asumir que “no pasa nada con mirar”. Y a diferencia del incrédulo, podemos considerar cómo el uso sabio de las redes sociales puede reforzar nuestros intentos por vivir como extranjeros. Solo Dios puede mirar las tentaciones, el dolor, los conflictos y la belleza y bondad de este mundo y mante­nerse tal como es. No nos atrevamos a creer que no nos afecta aquello en lo que fijamos nuestros ojos. Más bien, debemos aprovechar nuestro diseño imitativo para poder dar el fruto de justicia.

Estamos limitados por el tiempo, Dios no

En la Odisea de Homero, encontramos una famosa his­toria sobre la naturaleza y distracción humanas. Ulises y sus hombres llegan a la isla de Yerba mientras hacen su largo viaje de camino a casa. Los habitantes de la isla les ofrecen la plan­ta loto para comer. El efecto de la planta, parecido al de una droga, hace que los hombres pierdan toda la consciencia del tiempo y olviden su deseo de regresar a casa. Lo único que de­sean es comer el loto. Pierden mucho tiempo y al final Ulises tiene que amarrar a sus hombres al barco para regresarlos al camino.

No es difícil señalar el paralelo con nuestro uso de las redes sociales. Y es aún un poco reconfortante (y nada sor­prendente) saber que perder el tiempo siempre ha sido una tentación, además adictiva, para los seres humanos. En la his­toria de Homero escuchamos el eco de un incidente anterior que involucraba una fruta prohibida. Perder el tiempo, o el deseo de perder nuestra consciencia del paso del tiempo, de­muestra que queremos ser como Dios de una forma equivoca­da. Codiciamos inconsciente­mente Su eternidad. Nos decimos a nosotros mismos que hay suficiente tiempo y que po­demos usarlo sin pensar.

Pero solo Dios es capaz de existir por fuera de los límites del tiempo. Solo Dios puede administrar Sus tareas sin la tiranía del reloj. No necesita re­cordatorios ni alarmas, sino que actúa justo en el momento preciso todo el tiempo, sin ser olvidadizo ni perezoso. Él nos creó para vivir de acuerdo con una cronología y para contar nuestros días con precisión, de tal forma que podamos usar­los sabiamente (Sal 90:12). Para los seres humanos limitados por el tiempo, cada segundo que pasamos en las redes sociales es un segundo que no pasaremos en ningún otro lugar. No nos atrevamos a creer que podemos usar las redes sociales ilimitadamente o sin un plan, aún si las usamos de formas productivas. Y no podemos ignorar que son adictivas. Nos atraerán con fuerza como el loto, así como todo lo que nos promete que podemos ser como Dios. Los que consideran con seriedad su uso de las redes sociales se amarran a un mástil de sabiduría piadosa para aprovechar bien su tiempo limitado.

Libro sobre redes sociales y espiritualidad

Redime tus redes en un mundo “insta”

Sarah Eekhoff Zylstra

Las redes sociales pueden ser tanto un deleite como un desastre para las mujeres que quieren amar a Dios y al prójimo. ¿Cómo podemos atravesar este mundo en línea con gracia y discernimiento? Acompaña a nueve autoras mientras exploran el potencial y las trampas de las redes sociales, junto con los principios bíblicos que necesitamos para honrar al Señor en línea.

Tenemos un cuerpo, Dios no

Dios es espíritu y por eso puede estar presente en todas partes. Él es omnipresente. Esto implica muchas cosas, pero para nuestra discusión, considera el significado relacional de la omnipresencia de Dios. Él puede crear y mantener un número ilimitado de relaciones personales con otros. ¿Alguna vez has escuchado el llamado que le hace un evangelista a una audien­cia en un estadio diciéndoles que Dios los ama y quiere tener una relación personal con ellos? Imagínate la reacción de la multitud si el evangelista agregara que él también los amó a cada uno y quiere tener una relación personal con ellos. Lo que comenzó como una invitación creíble se convertiría en una poco convincente. Lo que es posible para Dios en tér­minos de relaciones es imposible para los portadores de Su imagen.

Cuando Dios nos creó, unió nuestro espíritu a nuestro cuerpo físico. Un cuerpo es un conjunto de límites. Esa es la razón por la que solo podemos estar en un lugar en deter­minado momento. Como no somos omnipresentes, solo po­demos formar y mantener una cantidad limitada de relacio­nes. Esto lo sabemos intuitivamente y por eso priorizamos el tiempo con unas personas por encima del tiempo con otras. Categorizamos a la gente de acuerdo con la profundidad de la relación: familia, amigos, conocidos. Hablamos del equilibro entre la vida y el trabajo para asegurarnos de estar presentes físicamente con los que tenemos más cerca, reconociendo que podemos estar presentes en el trabajo o en la casa, pero no en ambos lugares al mismo tiempo.

¿Ya es más claro el por qué las redes sociales nos pueden halar tan fuertemente? La cuestión es que nos ofrecen una experiencia extracorporal. Sugieren que se puede transgredir un límite que Dios ha creado. Nos crean la ilusión de que no estamos limitados a un lugar en un momento. Sugieren que nosotros, como Dios, podemos formar y mantener una canti­dad virtualmente ilimitada de relaciones. Si no reconocemos que un amigo en Facebook no es igual que un amigo cara a cara, les daremos una prioridad preciosa a las pantallas por encima de los seres humanos reales de carne y hueso.

Las redes sociales nos permiten formar relaciones de cier­ta calidad, pero no de la misma calidad que ofrecen las relacio­nes cara a cara. Nos permiten mantener relaciones en formas que pueden ser valiosas —a mí me encanta estar en contacto con mis primos que viven lejos— pero entre más amigos o seguidores tengamos, menos capacidad tendremos de mante­ner la interacción regular con todos ellos, mucho menos con nuestros amigos reales que usan estas plataformas.

En el mejor de los casos, las redes sociales nos pueden ayudar a formar conexiones y mantenernos conectados con otros. Pero en el peor caso, nos pueden susurrar la mentira de que podemos ser como Dios, no limitados a un lugar en un momento. Cuando anhelamos la omnipresencia, perdemos nuestra capacidad de estar presentes completamente donde Dios nos ha puesto. Si alguna vez te has sentado en una sala llena de personas que decidieron renunciar a las conversacio­nes entre ellos para mirar atentamente su teléfono, te puedes identificar con las palabras del profeta Isaías: “Se alimentan de cenizas, se dejan engañar por su iluso corazón, no pueden salvarse a sí mismos, ni decir: ‘¡Lo que tengo en mi diestra es una mentira!’” (Is 44:20). Solo Dios puede estar comple­tamente presente en todas partes. No nos atrevamos a creer que podemos permitirnos relaciones ilimitadas que no son cara a cara. Hacerlo es acoger la idolatría y perjudicar nues­tras relaciones reales por el bien de las virtuales. Aquellos que comprenden la tentación de la omnipresencia usarán las redes sociales de formas que reconozcan sus límites relacionales.

Si queremos ser sabios con el uso de las redes sociales, y si el temor del Señor es verdaderamente el principio de la sa­biduría, comenzaremos a cambiar nuestros hábitos, recordán­donos a nosotros mismos que solo Dios es inmutable, eterno y omnipresente —y que nosotros no lo somos—. Así se resuelve nuestro primer dilema social y el más vital: que debemos refle­jar a Dios, no ser Sus rivales. Teniendo en cuenta firmemente nuestra identidad como portadores de Su imagen, somos li­bres de participar de las redes sociales de formas que no defi­nen lo que somos o la razón por la que estamos aquí. Somos creados a imagen de Dios para Su gloria. Entonces, la nueva pregunta sería: ¿cómo podemos utilizar las redes sociales de formas que nos hagan ver más como Cristo? En las páginas de este libro tendrás la oportunidad de examinar cómo hacerlo en términos prácticos. Dios ha prometido sabiduría a los que la piden. Pidamos con confianza, sabiendo que tenemos una presencia social determinada por Dios que está hecha para producir una influencia de importancia eterna.

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Este artículo Conectados pero desconectados: cómo las redes sociales transforman nuestra espiritualidad y relaciones fue adaptado de una porción del libro Redime tus redes en un mundo “insta”, publicado por Poiema Publicaciones

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Páginas 38 a la 44

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