¿Cómo sé si realmente he sido convertido?

1 Juan 5:10-12 (RVR 1960):

10 El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. 11 Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. 12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

Según el apóstol Juan, el testimonio de Dios es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Asimismo, Juan afirma que todo aquel que de verdad cree en el Hijo tiene este testimonio en sí mismo.

Esta notable verdad es mucho más difícil de interpretar que lo que uno podría pensar inicialmente. Incluso entre los eruditos dentro de la tradición conservadora reformada, se han presentado varias opiniones. ¿Está Juan afirmando que el que cree ha aceptado e interiorizado el testimonio que Dios ha dado sobre Su Hijo? ¿Está Juan aludiendo al testimonio interno del Espíritu, que habita dentro del creyente? ¿O se refiere al testimonio vivencial de la vida eterna que el creyente posee ahora, la realidad de una nueva clase de vida que se centra en una relación íntima con el Padre y con el Hijo? Quizás el significado es lo suficientemente amplio para incluirlas todas.

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“Una primera marca que muestra que nos hemos convertido verdaderamente es que hemos aceptado el testimonio de Dios.”

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Una primera marca que muestra que nos hemos convertido verdaderamente es que hemos aceptado el testimonio de Dios, el cual nos lo comunicó en primer lugar a través de sus testigos oculares, como los apóstoles, y desde entonces se ha comunicado a cada generación a través de la predicación fiel del evangelio. Sabemos que somos cristianos porque poseemos y confiamos en el evangelio de Jesucristo que “una vez fue dado a los santos” (Jud 3). Nosotros tenemos nuestro fundamento en las Escrituras y permanecemos dentro de la corriente del cristianismo evangélico histórico. No nos hemos alejado de la esperanza del evangelio, sino que continuamos en la fe firmemente establecida e inalterable.

1. El evangelio es parte de nosotros

Es importante notar que una aceptación genuina del testimonio de Dios que resulta en la salvación no es superficial ni banal; por ello, nosotros poco a poco lo asimilamos dentro de cada aspecto de nuestras vidas. Para el verdadero convertido, Cristo se vuelve su carne y su bebida. Jesús les dijo: “De cierto, de cierto les digo: Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y beben Su sangre, no tienen vida en ustedes” (Jn 6:53). Sus palabras se convirtieron en el fundamento, el modelo y la meta de la vida. El evangelio se convirtió en una parte de nosotros y la marca distintiva de quienes somos; nos define y fija nuestro rumbo. Está dentro de nosotros y es parte de nuestro ser. Así como no podemos dividir nuestra persona y esparcirla a las cuatro esquinas del globo, así también no podemos separarnos del evangelio. De las profundidades de nuestro ser interior, coincidimos con el evangelio, nos deleitamos en su belleza y anhelamos ser conformados con sus preceptos. ¡Toda proclamación fiel del evangelio que escuchamos o leemos es una confirmación más para nuestros corazones de que Cristo es todo y de que la vida eterna está solo en el Hijo!

2. El Espíritu Santo nos da testimonio

Una segunda marca que muestra que de verdad somos cristianos es el testimonio interno del Espíritu que habita dentro de nosotros. Del Evangelio de Juan, aprendemos que el Espíritu Santo ha sido enviado para testificar de Cristo, habitar en el creyente y guiarlo a toda verdad. De la epístola de Juan, aprendemos que el Espíritu trabaja dentro del creyente para confirmar y fortalecer su confianza como hijo. Sabemos que somos hijos de Dios y que tenemos una relación permanente con Cristo por medio del Espíritu que Él nos ha dado. El Espíritu de Dios da testimonio de la encarnación y de la obra expiatoria de Cristo, y confirma su realidad dentro de nuestros corazones.

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“El Espíritu Santo y la vida que fluye de Él han sido dados a todo creyente como un tipo de primicias y promesa de la vida que se revela en nuestra glorificación final.”

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Observemos que esta enseñanza sobre el testimonio interno del Espíritu Santo no solo ocurre en los escritos de Juan, sino que es esencial para la perspectiva de Pablo sobre la vida cristiana. El Espíritu Santo y la vida que fluye de Él han sido dados a todo creyente como un tipo de primicias y promesa de la vida que se revela en nuestra glorificación final. Mediante el Espíritu Santo, el amor de Dios se derrama dentro de nuestros corazones en una experiencia real y visible. El Espíritu Santo quita nuestro temor de la condenación que nos esclaviza y lo sustituye con una fuerte seguridad de nuestra condición de hijos, que nos lleva a clamar: “Abba Padre”. El Espíritu también nos guía según la voluntad de Dios y nos sostiene en medio de nuestra debilidad. Por último, el Espíritu Santo da testimonio de que somos hijos de Dios a través de la obra permanente de la santificación al conformarnos a la imagen de Cristo y producir la vida fructífera de Cristo dentro de nosotros.

Según Juan y Pablo, esta obra interna del Espíritu será una realidad en la vida de todo hijo de Dios. Sus manifestaciones variarán de creyente a creyente. Y aun en el santo más maduro, habrá tiempos de poda, aridez aparente y una pérdida o atenuación de la presencia evidente de Dios. Ahora bien, la vida de todo creyente mostrará manifestaciones visibles y prácticas de la obra del Espíritu. Este es uno de los derechos de nacimiento de los hijos de Dios y uno de los medios por el que se nos garantiza que lo conocemos.

3. El testimonio de la realidad de la vida eterna

Una tercera marca que muestra que hemos creído de verdad para salvación es el testimonio de la realidad de la vida eterna dentro de nosotros. Entender esta declaración exige que recordemos la verdadera naturaleza de la vida eterna. No es solo un infinito número de días, sino una calidad de vida que se fundamenta y fluye de un conocimiento íntimo y de la comunión con Dios y con Su Cristo. Si la vida eterna se refiere solo a una vida sin fin o a una realidad futura en el cielo, entonces aun la persona más carnal y mundana puede afirmar que la posee, y ninguno podrá refutarla. Sin embargo, si la vida eterna es una nueva clase de vida que se manifiesta por un conocimiento real de Dios y la comunión con Él, entonces la confianza de la persona carnal y mundana queda expuesta como débil en el mejor de los casos y como totalmente falsa en el peor de ellos.

Una máxima que es popular y bíblica existe dentro del cristianismo evangélico: “Sabemos que tenemos vida eterna porque creemos”. No obstante, también podemos cambiar el orden de las palabras y crear una nueva máxima que es igualmente bíblica: “Sabemos que hemos creído porque tenemos vida eterna”. Es decir, sabemos que hemos creído de verdad en Cristo y que somos justificados por esa fe debido a la realidad permanente y visible de una nueva clase de vida dentro de nosotros que empezó en la conversión. Sabemos que hemos creído para salvación porque hemos entrado en una comunión real, vital y permanente con el único Dios verdadero y Jesucristo a quien Él ha enviado. ¡Esta es la vida eterna! ¿Es esto verdad en nosotros?

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