¿Qué significa exaltar a Dios?
Hay un canto de adoración que fue popular en la década de 1970 y que todavía se canta hoy. El coro dice:
¡Yo te exalto, yo te exalto, yo te exalto, oh Señor!
Recuerdo haberla cantado una y otra vez y haberme sentido conmovido por la devoción que expresaba. Pero nos engañamos si pensamos que cantar algo es lo mismo que hacer algo. Eso sería como pasarle por el lado a mi esposa y decirle: “Te abrazo”, pensando que mis palabras sustituyen el contacto físico. Mis palabras no tienen importancia si no hay acciones que las respalden.
Dios no solo quiere que le exaltemos con nuestros cantos, sino que también lo hagamos con nuestras vidas. En la carta de Pablo a los romanos, después de tomarse once capítulos para explicar el evangelio y gloriarse en él, él hace esta súplica: “Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes” (Ro 12:1, NBLH). Pablo usa la palabra cuerpos de manera intencional. Como respuesta a la misericordia de Dios, debemos adorarle no solo con nuestras palabras, sentimientos o actos momentáneos, sino además con nuestros cuerpos, nuestras vidas. La adoración que se ofrece a Dios no puede limitarse a lo que hacemos en un lugar el domingo por la mañana. Es más que levantar nuestras manos o tener una experiencia emocional trascendente. Nuestra adoración abarca las cosas ordinarias y triviales que pensamos, decimos y hacemos cada día, así como las más relevantes y espectaculares. Es una respuesta al perdón que hemos recibido mediante el evangelio, una que implica todo lo que somos y hacemos.
Para concluir lo que hemos visto hasta ahora, los verdaderos adoradores, capacitados y redimidos por Dios, responden con sus mentes, afectos y voluntades por el poder del Espíritu Santo a la revelación que Dios hace de Sí mismo en maneras que exaltan Su gloria en Cristo. Dios nos llama a alabar Su grandeza y Su bondad para con nosotros a través de Jesús en toda forma posible, interna y externamente. La adoración inicia en nuestros corazones, pero siempre se manifiesta en acciones visibles. Veamos dos maneras en que podemos exaltarle con nuestros corazones y acciones.
Formas de exaltar a Dios
Estas listas no pretenden ser exhaustivas. Sin embargo, espero que sirvan como un punto de partida para considerar las ricas y diversas maneras en que podemos glorificar a Dios como verdaderos adoradores.
Exaltando a Dios con nuestros pensamientos
¡La primera y más elemental manera en que exaltamos a Dios es simplemente recordándonos que Él existe! “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’…” (Sal 14:1). En cambio, los verdaderos adoradores comprenden que Dios siempre está atento, siempre está involucrado, siempre está obrando para nuestro bien y para Su gloria.
Podemos exaltar al Señor en cualquier momento con simplemente preguntarnos: ¿Dónde está Dios en esta situación? Es posible que tu situación sea desagradable o dolorosa. Un automóvil averiado. Un cónyuge que ha abandonado el hogar. Un cobro inesperado que llegó por correo. Escuchar que el niño que estás esperando tiene algún problema físico. Descubrir que es imposible hablar con tus padres o con tus hijos. Ser despedido de tu trabajo. En cada una de estas situaciones tenemos la opción de olvidar a Dios o de recordar que está presente y activo. Dirigir nuestros pensamientos a Dios resalta la verdad de que “en Él vivimos, nos movemos y existimos…” (Hch 17:28).
Es difícil imaginar la angustia que sintió Job cuando supo que había perdido todas sus posesiones y a todos sus hijos. Pero cuando se postró y adoró, sus primeros pensamientos fueron sobre Dios: “El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1:21). Luego Job tuvo que soportar la agonía de sus aflicciones físicas y los malos consejos de sus amigos. Job cuestionó a Dios, discutió y se enfadó con Él. Pero nunca dejó de pensar en Dios. Esto fue así porque para Job, Dios siempre estuvo presente, aun cuando no entendía lo que estaba haciendo.
Hace siglos un creyente oró estas palabras al considerar su tendencia a olvidarse de Dios: “Confieso que no has estado en todos mis pensamientos, que he estado ignorando el hecho de que eres el fin de mi existencia, que nunca he considerado seriamente la necesidad de mi corazón”.4
Nuestro corazón necesita recordar que Dios es el gran “YO SOY”, esa realidad inquebrantable e inmutable. Si es verdad, como dice Pablo, que “todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para Él” (Ro 11:36), entonces Dios siempre está presente y obrando en nuestras circunstancias. Sea cual sea nuestra situación, Dios es el participante principal.
Bob Kauflin
En Verdaderos adoradores, Bob Kauflin, pastor y músico, abre nuestros ojos al impresionante significado de ser el tipo de adorador que Dios está buscando. Afianzado en el evangelio de la gracia y repleto de aplicaciones prácticas, este libro tiene el propósito de conectar el domingo por la mañana con el resto de tu vida, ¡ayudándote a cumplir con tu llamado de ser un verdadero adorador cada día!
Exaltando a Dios con nuestro amor
Los verdaderos adoradores hacen más que pensar en Dios. Lo aman. Jesús afirmó que el mandamiento más importante era este: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr 12:30).
Como la adoración y el amor están vinculados de una forma tan estrecha, lo que sea que amemos más determinará lo que realmente adoremos. El amor tiene que ver con los deseos y las motivaciones que mueven nuestra relación con Dios. Aunque el amor es más que sentimientos, no es menos que ellos. Se trata de querer, disfrutar y atesorar a Cristo, no de simplemente seguir reglas, memorizar versículos bíblicos e ir a reuniones de la iglesia. Amar a Dios convierte el deber en deleite, la obediencia superficial en una búsqueda apasionada, el sufrimiento estoico en una esperanza llena de fe.
Debería ser evidente cómo amar a Dios lo exalta. Cuando amamos algo, le atribuimos valor. Le estamos diciendo a otros: “Esto es digno de mis pensamientos, tiempo, esfuerzos y afectos”. Amar a Dios convence a otros de que Dios es deseable, bueno y suficiente. Amar a Dios es diferente a saber cosas acerca de Dios. Es la diferencia entre el conocimiento de la Biblia que lleva al orgullo y el que lleva a la alabanza.
Las personas que exaltan a Dios a través de su amor por Él son las que anhelan pasar tiempo en Su Palabra porque quieren escuchar Su voz. Les emociona más hablarle a alguien acerca de Cristo que conocer a alguien famoso. A menudo se conmueven cuando escuchan testimonios de la bondad y la fidelidad de Dios. Las conversaciones con ellos terminan regularmente al pie de la cruz, y le dan gracias a Dios por Su misericordia. Conocerlos hace que quieras conocer mejor al Salvador.
Y eso lo exalta.
Sin embargo, Jesús no se detuvo al mandarnos a amar a Dios. Añadió: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mr 12:31). No le damos gloria a Dios si decimos tener un profundo amor por Dios y al mismo tiempo somos rencorosos. Es más, Juan expresó que eso es imposible: “… el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto” (1Jn 4:20). Amar a otros, aun cuando sean indignos de nuestro amor, exalta a Dios porque refleja Su corazón hacia nosotros. Eso le dice a otros que somos Sus hijos. Estamos actuando como nuestro Padre celestial, que “hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos” (Mt 5:45). Amar a otros apunta hacia la humildad, la compasión, la amabilidad y la paciencia que el Salvador nos ha demostrado (Ef 4:1-2; 5:2).
Y también lo exalta.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Verdaderos adoradores publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Páginas 46 a la 51