Aprendiendo el temor del Señor
El temor del Señor ciertamente puede ser aprendido. Deuteronomio 4:10 declara: “Convoca al pueblo para que se presente ante Mí y oiga Mis palabras, para que aprenda a temerme todo el tiempo que viva en la tierra, y para que enseñe esto mismo a sus hijos”. De igual manera, el rey David exhorta a aprender el temor al Señor.
Teman al Señor, ustedes Sus santos,
pues nada les falta a los que le temen […]
Vengan, hijos míos, y escúchenme,
que voy a enseñarles el temor del Señor. (Sal 34:9, 11).
¿Cómo se puede aprender? Leyendo y meditando en Su palabra, y pidiéndole en oración que nos enseñe.
Cuando el rey tome posesión de su reino, ordenará que le hagan una copia del libro de la ley, que está al cuidado de los sacerdotes levitas. Esta copia la tendrá siempre a su alcance y la leerá todos los días de su vida. Así aprenderá a temer al Señor su Dios, cumplirá fielmente todas las palabras de esta ley y sus preceptos (Dt 17:18-19).
Y los descendientes de ellos, para quienes esta ley será desconocida, la oirán y aprenderán a temer al Señor tu Dios mientras vivan en el territorio que vas a poseer al otro lado del Jordán (Dt 31:13).
Esto no es fácil. La lectura constante de la Biblia puede ser difícil. Los tres adversarios -el mundo, nuestra propia carne y el diablo- se encargan de que sea una batalla y nuestras vidas ya están muy ocupadas. Pero si el temor del Señor es tan importante como dice la Escritura, entonces podemos estar seguros de que Dios nos dará el poder para lograrlo.
Considera cómo puedes emplear los recursos que Dios te ha dado. Pídele a tu esposa, a tus hijos, amigos, pastor o ancianos que oren por ti. Reúnete con un hermano o hermana en Cristo. Pregúntales cómo han sido testigos de la grandeza de Dios. Comienza a identificar dónde el mundo trata de “reinventar” a Dios para que sea más manipulable. Pídele a Dios que te enseñe a leer Su Palabra como persona sabia que “… se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad” (Stg 1:25).
Ahora consideremos algunos pasajes que enseñan el temor del Señor. Puesto que la Biblia entera enseña que el Santo de Israel reina, la Biblia entera es un libro de texto que se trata del temor del Señor, ya sea que utilice esa expresión particular o no. Pero hay algunos pasajes que parecen ser especiales. Me concentraré en algunos de ellos.
Observemos especialmente los actos poderosos de Dios que demuestran la santidad tanto de Su amor como de Su justicia; de Su amabilidad como de Su severidad (Ro 11:22). El salmista nos recuerda que aquellos que temen al Señor dicen: “Su gran amor perdura para siempre” (Sal 118:4) pero también dicen: “¿Quién puede hacerte frente cuando se enciende Tu enojo?” (Sal 76:7). La Escritura habla de un amor inimaginable a la vez que habla de una ira santa: “Pero tú, Señor, eres Dios clemente y compasivo, lento para la ira, y grande en amor y verdad” (Sal 86:15), pero tampoco dejará impune al culpable: “…castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación” (Éx 34:6-7). Por tanto, no estamos en lo correcto cuando decimos: “Mi Dios no es un Dios de juicio e ira; mi Dios es un Dios de amor”. Tal pensamiento hace casi imposible nuestro crecimiento en el temor del Señor. Sugiere que el pecado solo entristece a Dios, en vez de ofenderlo. Tanto la justicia como el amor son expresiones de Su santidad y debemos conocerlas para conocer el temor del Señor. Si solo vemos el amor de Dios, no lo necesitaremos, y no habrá urgencia en el mensaje de la cruz. Si nos concentramos solamente en la justicia de Dios, desearemos evitarle y viviremos en terror, siempre sintiéndonos culpables y esperando el castigo.
Cómo aprender a temer al Señor, el Creador
Consideremos la Biblia como la escuela de Dios que enseña el temor del Señor. Las clases comienzan inmediatamente. La Biblia comienza enseñando que el Santo reina.
Tema toda la tierra al Señor;
hónrenlo todos los pueblos del mundo;
porque Él habló, y todo fue creado;
dio una orden, y todo quedó firme (Sal 33:8-9).
La creación es sierva de Dios. Con solo pronunciar una palabra, todo existió para hacer Su voluntad. Lo que vemos a nuestro alrededor es la obra de Dios que hasta Él dijo que era buena. Si Dios dijo que era buena, entonces debe ser una obra de arte, aun en su estado actual.
Cuando la gente es grande y Dios es pequeño
Edward T. Welch
Frente a la cada vez mayor invasión de etiquetas psicológicas a los problemas de la gente, Edward Welch analiza bíblicamente los motivos que nos hacen ceder ante las exigencias de los demás. Él propone que “el temor al hombre” es la descripción bíblica a los problemas bautizados por la psicología actual, y que, por tanto, es el temor a Dios lo que debe gobernar nuestra conducta hacia los demás.
Reflexión sobre el temor a Dios
Más específicamente, puedo considerar que el Gran Cañón en el estado de Arizona en Estados Unidos es verdaderamente una parte asombrosa del desierto. El mero recuerdo de ese lugar ciertamente me apunta hacia la grandeza de Dios. Pero debo tener cuidado. Dios es santo. Está por encima de cualquier cosa que yo pueda ver o pensar. El Gran Cañón apunta hacia alguien que tiene una grandeza incomprensible (Sal 93:3-4).
Prefiero considerar el océano aún más que el Gran Cañón. Trabajé de vigilante en una playa durante cinco veranos y nunca me cansé de contemplar su grandeza. El mar me ha refrescado, ha sido como un recordatorio de la gracia fresca de Dios; el mar me ha azotado, ha sido como un recordatorio del gran poder de Dios. El océano de Dios me recuerda que Él es mucho más grande que cualquier persona.
Mira a tu alrededor y toma nota de la gloria de Dios reflejada en la creación. El cielo azul refleja Su regia vestidura. Las nubes nos recuerdan Su presencia (Éx 19:9), son Su carroza cuando supervisa Su creación (Sal 104:3).
Los vientos son Sus mensajeros (Sal 104:4) que provienen de los depósitos de Dios (Sal 135:7). El sol se levanta como un esposo, recordándome que Jesús regresará por Su iglesia (Sal 19:5). Los cielos en verdad alaban Sus maravillas (Sal 89:5) y declaran Su gloria (Sal 19:1).
Todo animal que ves bebiendo o alimentándose en los pastizales es sostenido por el Dios Altísimo (Sal 104). El granjero no es la causa de que las cosechas crezcan. Las plantas salen de la tierra como un regalo de Dios. La lluvia es una expresión de Su cuidado, una visión de Su poder.
Además, Dios es dueño de la creación. “En sus manos están los abismos de la tierra; Suyas son las cumbres de los montes” (Sal 95:4). Estamos caminando en una propiedad privada.
Elizabeth Barrett Browning lo expresa de esta manera:
La tierra está llena del cielo, y cada zarza arde con Dios; pero solo aquel que ve, se quita los zapatos; el resto se sienta alrededor y arranca zarzamoras.
El salmista precedió a Elizabeth Barrett Browning en quitarse los zapatos. La majestad de la creación inspiró su adoración y humildad.
Cuando contemplo Tus cielos, obra de Tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto:
¿Qué es el hombre, para que en él pienses?
¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?” (Sal 8:3-4).
Con toda la belleza creada a nuestro alrededor, la cual ciertamente excede de muchas maneras la nuestra, Dios escogió que el hombre fuera la corona de Su creación.
Como el salmista, tengo dos respuestas básicas ante esta verdad, y ninguna de ellas eleva mucho mi autoestima. Primero, simplemente estoy maravillado. Estoy lleno de preguntas: ¿Por qué, oh Señor, te ocupas de nosotros? ¿Por qué, con toda esta belleza en Tu creación, hiciste que el hombre fuera portador de Tu imagen? Ciertamente estoy agradecido, pero es difícil creer que Dios nos haya puesto por encima de Su creación.
Mi segunda respuesta es una de humildad. Tanto el Gran Cañón como el océano son mucho más hermosos que yo. Esto, en vez de elevar mi autoestima, la destruye. No estoy viviendo bellamente. Mi corazón muy a menudo está preocupado por mi propia gloria en vez de la de Dios. No obstante, el dolor de esta humillación es exactamente lo que necesito. Se siente mucho mejor que cualquier intento por inflar mi ego temporalmente.
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Este artículo sobre el temor del Señor fue adaptado de una porción del libro Cuando la gente es grande y Dios es pequeño publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 93-97