El evangelio nos da poder para perdonar

El evangelio nos da poder para perdonar

Perdonar a la gente que nos ha lastimado es una de las cosas más difíciles de hacer en la vida. Y mientras más profunda es la herida, mayor es el reto. Con frecuencia nos sentimos confundidos por lo que el verdadero perdón debería ser. ¿Debemos “perdonar y olvidar”? ¿Es posible hacer eso? ¿Qué es exactamente lo que significa “amar a nuestros enemigos”? ¿Qué de la persona que abusó de mí sexualmente? ¿O del jefe que salió adelante en su carrera a mis expensas? ¿O de mi esposo(a) que me engañó? ¿O del amigo que habló de mí a mis espaldas y dañó mi reputación?

Hemos visto que cuando el evangelio realmente penetra en nosotros, empieza a trabajar a través de nosotros. El perdón es un área donde el evangelio “tiene que trabajar” en nuestras vidas. De hecho, perdonar a otros no es posible a menos que estemos viviendo a la luz del perdón de Dios en nosotros. Así que consideremos cómo el evangelio nos dirige al perdón.

El evangelio empieza con Dios alcanzándonos. Dios toma la iniciativa, aunque Él sea la parte ofendida. Él actuó para reconciliarnos en esta relación cuando aún éramos Sus enemigos (Romanos 5:10). Nuestro pecado nos había separado de Él (Isaías 59:2). Él tenía todo el derecho de condenarnos, resistirnos y romper la relación, pero no lo hizo. En lugar de ello, nos alcanzó:

“Cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

Sin embargo, la reconciliación con Dios requiere nuestro arrepentimiento. Al perdonar nuestro pecado, Dios extiende el ofrecimiento de la reconciliación, pero la reconciliación no está completa hasta que nos arrepentimos y recibimos Su perdón por fe. Nota cómo ambas dinámicas se reflejan en 2 Corintios 5:19-20: “En Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: ‘En nombre de Cristo, les rogamos que se reconcilien con Dios’”.

La Escritura le da todo el crédito, la gloria y la alabanza a Dios por nuestra salvación, porque es solo por Su buena iniciativa que somos capaces de responder (Efesios 2:8-9). Pero nuestra respuesta de arrepentimiento y fe es esencial. La salvación no es universal. Solo aquellos que se arrepienten y reciben el ofrecimiento de Dios serán reconciliados con Él. Así que podríamos resumir el perdón de Dios de esta manera: alcanzándonos, Dios nos invita y nos capacita para alcanzarlo. El evangelio inicia con Dios (la parte ofendida) alcanzándonos a nosotros (los ofensores). Él cancela nuestra deuda y abre una oportunidad de reconciliación. Si reconocemos nuestro pecado y nos arrepentimos, somos reconciliados y podemos experimentar el gozo y el deleite de nuestra relación con Él.

Qué significa perdonar a otros como Dios nos ha perdonado

¿Qué significa, entonces, que podemos perdonar a otros como Dios nos ha perdonado? Después de todo, esto es lo que la Biblia nos manda: “Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Efesios 4:32). La Escritura asume que si verdaderamente hemos experimentado el perdón en el evangelio, estaremos radicalmente perdonando a los demás. En contraste, no perdonar, o tener resentimiento o amargura hacia los demás, es un rasgo muy claro de que no estamos viviendo el gozo profundo ni la libertad del evangelio.

10 razones para perdonar

La vida centrada en el evangelio

Robert H. Thune & Will Walker

En nueve lecciones acompañadas de preguntas para el diálogo, artículos y ejercicios prácticos, La vida centrada en el evangelio ayuda a los cristianos a entender cómo el evangelio transforma cada aspecto de la vida. La guía del líder es intuitiva y ofrece recursos de apoyo que explican y aplican las verdades del evangelio presentadas en cada lección.

El perdón que otorgamos a otros es el reflejo del perdón que Dios nos ha dado. Tenemos que tomar la iniciativa: “Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24). Debemos ofrecer el perdón y abrir la puerta para la reconciliación. Pero la reconciliación depende siempre del arrepentimiento de la otra persona. El autor y consejero cristiano Dan Allender ha sugerido una útil analogía: “El perdón involucra un corazón que cancela la deuda, pero no presta más dinero hasta que se lleva a cabo el arrepentimiento”. [1]Como Dios, tomamos la iniciativa para acercarnos a aquellos que nos han ofendido y les invitamos a acercarse a nosotros en arrepentimiento.

Lo que esto significa es que nuestro trabajo no concluye una vez que hemos perdonado a alguien. El deseo de nuestro corazón no es simplemente perdonar la ofensa; es, en última instancia, ver a la otra persona reconciliada con Dios y con nosotros. Queremos ver destruido el poder del pecado sobre la persona. No podemos hacer que esto suceda, pero sí podemos orar por ello, anhelarlo y acogerlo. ¿Dónde encontramos el poder para hacer esto? Después de todo, el solo hecho de perdonar a alguien que nos ha herido profundamente es lo suficientemente difícil. ¿Cómo encontramos la gracia y la fuerza para anhelar la restauración?

Evidentemente la respuesta es el evangelio. El evangelio no solo nos muestra cómo perdonar, también nos imparte el poder para hacerlo. Cuando decimos: “No puedo perdonar a esta persona por lo que me hizo”, estamos esencialmente diciendo: “El pecado de esa persona es más grande que el mío”. La conciencia que tenemos de nuestro propio pecado es muy pequeña, mientras que la conciencia que tenemos del pecado de otros es enorme. Nuestro sentimiento más profundo es que nosotros sí merecemos ser perdonados, pero la persona que nos ha ofendido no. Estamos viviendo con una perspectiva limitada de la santidad de Dios, con una perspectiva limitada de nuestro propio pecado y con una perspectiva limitada de la cruz de Jesús.

Pero cuando abrazamos la perspectiva del evangelio de nuestro propio pecado, reconocemos que la deuda del pecado que Dios nos ha perdonado es más grande que cualquier pecado que ha sido cometido en contra nuestra. Y conforme vamos creciendo en nuestra conciencia de la santidad de Dios, empezamos a ver más claramente la distancia entre Su perfección y nuestra imperfección. Mientras el significado de la obra de Jesús en la cruz crece en nuestras conciencias, nuestra voluntad y habilidad por buscar la restauración con otras personas también crecerá. Después de todo, si Dios perdona la ofensa masiva de nuestro pecado, ¿cómo es que no podemos perdonar el pecado de otros que, aunque severo, palidece en comparación con nuestra propia culpa delante de un Dios santo y justo?

El perdón es costoso. Significa cancelar una deuda cuando sentimos que tenemos todo el derecho de reclamar un pago. Significa absorber el dolor, el daño, la vergüenza y la aflicción del pecado de alguien sobre nosotros. Significa anhelar el arrepentimiento y la restauración. Pero así es exactamente como Dios ha actuado para con nosotros en Jesucristo. Y a través del evangelio, el Espíritu Santo nos da poder para hacer lo mismo con otros.

[1] Dr. Dan B. Allender y Dr. Trempler Longman III, Bold Love (Colorado Springs: NavPress, 1992), 162.

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Este artículo El evangelio nos da poder para perdonar fue adaptado de una porción del libro La vida centrada en el evangelio, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

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Páginas 71 a la 74

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