Señales de que amas a tu iglesia
Creo que es muy difícil, o casi imposible, sentir lo que es la presión de ser el líder (o pastor principal) de una iglesia local a menos que uno mismo lo sea. Aunque hayas sido un ministro colaborador o pastor asistente, en realidad nada te prepara para el día en que se te confía el liderazgo principal de una iglesia local, sin importar qué tan pequeña sea. La responsabilidad es abrumadora, en todo el sentido de la palabra. Pablo la compara con la del protector de una hija virgen, a quien le importa profundamente que ella muestre alguna señal de infidelidad, pues él promete entregarla pura a “un solo esposo… Cristo” (2Co 11:2–3).
La ansiedad por el temor de que la iglesia donde sirves como líder sea “desviada” de este “compromiso puro y sincero con Cristo” se puede comparar con la ansiedad del tutor responsable de una joven que muestra señales de que ha comenzado a acostarse con otros hombres durante su compromiso; así de escandaloso. Trata de imaginar por un momento lo que podría sentir.
Con razón Pablo, como el líder apostólico de una red más amplia de iglesias, decía: “… cada día pesa sobre mí la preocupación por todas las iglesias” (2Co 11:28). En mi caso, ¡la presión diaria de la preocupación por una iglesia pequeña ya era más que suficiente!
Quizás lo que produce la alegría más profunda en el ministerio pastoral es ver señales de una iglesia local que camina unida en la verdad. En cambio, uno de los males más comunes y corrosivos es el hábito occidental de ser asistentes ocasionales. Desde luego, es bueno que los que comienzan a tener un interés por la fe cristiana simplemente asistan a la iglesia, sin sentir la presión de que deben hacer algo más que ver y escuchar. Pero ¿qué pasa si esto sigue así después de la conversión? ¿Qué pasa si vemos la iglesia como un lugar donde nuestras necesidades son satisfechas en vez de como un cuerpo al cual pertenecemos? Tal vez la vemos como el lugar donde se nos provee predicación (si se enorgullece de ser una “iglesia predicadora”), o música (si se caracteriza por ser una iglesia donde la “alabanza” es buena), o una experiencia que me haga sentir bien, o un contexto pastoral donde me aman y me cuidan mucho.
Sea lo que sea que busquemos, el riesgo es que comencemos a ver la iglesia como un centro de abastecimiento donde nos proveen lo que necesitamos. Entonces ¿qué pasa cuando nos mudamos a otro lugar? Primero evaluamos el mercado, probando las muestras de productos pastorales que hay en los estantes de las diferentes iglesias, y después asistimos a la que parece satisfacer mejor nuestras necesidades particulares, o al menos nuestras preferencias.
Esto es particularmente común en las grandes ciudades. Aquí los “proveedores” de las iglesias hablan claramente sobre sus ofertas: “Somos una iglesia de buenos sermones, aquella iglesia tiene buena alabanza, y en esa otra iglesia hay un buen cuidado pastoral… Escoge la que prefieras”.
Pero, por supuesto, en el momento en que cambian nuestras necesidades, simplemente salimos de la iglesia y comenzamos a asistir a otra. Los que van a las iglesias como si fueran clientes en busca del producto que necesitan se la pasarán yendo de una iglesia a otra.
La forma en la que hablamos de una iglesia se parece al lenguaje que podríamos usar para el equipo deportivo que nos gusta. La transición de “ellos” a “nosotros” es la señal más importante. Cuando comencé a seguir al equipo Swansea City F.C., solía decir: “Ellos están en tal o cual lugar en la liga de fútbol”. Pero llegó el momento en que comencé a decir: “Nosotros estamos… Fichamos a un buen delantero” (o tal vez no lo hicimos). ¿Solo asistes a tu iglesia o perteneces a ella? ¿Te refieres a “ellos” (o “ella”) o a “nosotros”?
El ministerio de la asistencia
La iglesia en la que te incluyes como miembro será la iglesia a la que te comprometes a asistir domingo tras domingo. Un amigo mío le llama “el ministerio de la asistencia”. Un pastor que tuve le sugería a los miembros de la iglesia que hicieran un conteo anual de los domingos en los que no asistieron a la iglesia. Creo que algunos de nosotros fuimos sorprendidos al ver la frecuencia con la que habíamos faltado.
Algunas de nuestras inasistencias fueron causa de vergüenza, pues la razón fue la búsqueda del placer innecesario. Sin embargo, también hubo bastantes razones válidas para no asistir, como emergencias laborales, visitas familiares, tal vez incluso responsabilidades ministeriales. Fuera cual fuera la razón, si no estuvimos allí, ¿cómo habríamos podido animar a otros y estimularnos al amor y las buenas obras? Es por esto que el escritor de Hebreos exhorta a sus lectores a no dejar de congregarse “como acostumbran hacerlo algunos” (Heb 10:24–25).
Sé de algunas personas que incluso le informan a su pastor que no asistirán a la iglesia: “Este domingo estaremos afuera de la ciudad. Oraremos por ti, por tu predicación y por la iglesia, y lamentamos no poder asistir”. Esa clase de mensaje demuestra que verdaderamente vemos la reunión dominical como un compromiso y que solo nos la perderemos en circunstancias excepcionales. Esto anima bastante a nuestros pastores.
Conocernos unos a otros
Si el mero hecho de asistir a la iglesia con regularidad es una señal de pertenencia —y una que anima grandemente a nuestros pastores—, otra señal es trabajar intencionalmente en construir relaciones profundas con nuestros hermanos en la iglesia. En algunos contextos —especialmente en iglesias grandes— este reto es mayor. Puede que nos quejemos de que con frecuencia nos sentamos junto a alguien que no conocemos, o de que tenemos buenas conversaciones con personas que luego no vemos por seis meses o más. Pero cualquiera que sea el contexto de nuestra iglesia, los pastores serán animados cuando nos vean pensando y actuando intencionalmente para construir relaciones profundas con otras personas.
Podemos encontrar algunas ideas inspiradoras sobre las clases de relaciones honestas que se deberían procurar en la iglesia local, en un estudio de los grandes versículos de “los unos a los otros” en el Nuevo Testamento (por ejemplo, Col 3:15–17). Vale la pena ser intencional en esto: tal vez incluso hacer una lista de los hermanos con los que vamos a trabajar para desarrollar amistades de cuidado y amor que vayan más allá de lo superficial.
Esto implica tomar la decisión difícil de no construir una relación así con cualquier hermano o hermana que conocemos en la iglesia, sin importar qué tan agradable o piadoso sea. Esto se debe a que el tiempo relacional y la energía emocional que podemos invertir son limitados, y tal vez más si somos mayores, porque probablemente ya tenemos esta clase de amistades en las iglesias a las que asistimos en el pasado.
La reunión de oración: ¡la mejor noche de la semana!
Orar juntos es una señal importante de pertenencia. Es bueno que oremos solos; también es bueno, muy natural y potencialmente poderoso, orar con nuestros hermanos en Cristo. Cuando el apóstol Pedro estuvo en peligro de muerte, “la iglesia oraba constante y fervientemente a Dios por él” (Hch 12:5). Es evidente que no estaban orando individualmente, sino que estaban orando juntos en un mismo lugar (Hch 12:12–17).
La participación activa y entusiasta en las reuniones de oración anima a nuestros pastores tanto como el hecho de que asistamos los domingos. Hagamos que la asistencia a estas dos reuniones sea una prioridad y así llenaremos de energía a nuestros pastores. Recuerdo cuando un grupo de miembros de la iglesia donde servía como asistente decidieron mudarse, al igual que nosotros, para ir a servir en una iglesia pequeña. Una de las cosas que más me animaron de esas cuarenta y tantas personas fue que, año tras año, eran los hombres y mujeres con quienes podía contar en las reuniones de oración de la iglesia.
Si no estás acostumbrado a estar en reuniones de oración, puede parecer un poco intimidante al comienzo, y puede que te pongas nervioso al orar en voz alta en un grupo. No te preocupes. Con el tiempo se vuelve más fácil y está bien incluso sentarse en silencio y orar mentalmente. Estar ahí, aunque sientas que no puedes orar en voz alta, es lo que anima tanto a tu pastor como a la familia de la iglesia en general.
Por último, nuestro compromiso con la iglesia se verá reflejado en un cambio sutil de mentalidad cuando se trata de nuestra respuesta a la Palabra de Dios. En mi crianza individualista occidental, mi respuesta automática a la Biblia es individualista: “Yo me inclino a pensar esto, yo quiero actuar de esta manera, yo me siento así, yo debería responder así…”. Es maravilloso cuando comenzamos a ver que nuestra respuesta es parte de la respuesta colectiva de nuestros hermanos en la iglesia local: “Estamos aprendiendo esto de la Palabra de Dios; necesitamos arrepentirnos de ese pecado; estamos sintiendo esto de una forma más profunda; la Palabra de Dios nos está moviendo de tal o cual manera”.
Seamos miembros que se comprometen gustosamente con la iglesia; huyamos de la vida superficial y efímera del que va de iglesia en iglesia o del que es un simple espectador. Tú y yo no alcanzamos a comprender el efecto motivante que puede tener en nuestros pastores el simple hecho de que asistamos con regularidad. Hagámoslo por ellos.
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Este artículo Señales de que amas a tu iglesia fue adaptado de una porción del libro El libro que tu pastor quiere que leas, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Páginas 45 a la 50