¿Qué significa no amar al mundo y cómo debemos vivir en él?

¿Qué significa no amar al mundo y cómo debemos vivir en él?

En nuestro análisis de la caída hemos enfatizado que nada en la creación está fuera de su alcance. Como el agua sucia contamina un estanque limpio, así también los efectos venenosos de la caída han manchado cada aspecto de la creación. El término mundo en las Escrituras se refiere precisamente a este amplio alcance del pecado. El entendimiento que un cristiano tiene de esta palabra funciona como una piedra de toque para su cosmovisión.

La palabra mundo se usa de numerosas maneras diferentes en la Biblia. Algunas veces simplemente significa “creación”, como en la expresión “desde la fundación del mundo”. Algunas veces significa “la tierra habitada”, como cuando Pablo escribe “…de que vuestra fe se divulga por todo el mundo” (Ro 1:8). Otras veces, sin embargo, cuando representa algo que contamina y que los cristianos deben evitar, mundo tiene una connotación claramente negativa. Considera las siguientes frases de la Escritura:

Cristo: “Mi reino no es de este mundo…”. Juan 18:36

Pablo: “No adopten las costumbres de este mundo…”. Romanos 12:2 RVC

Pablo: “Cuídense de que nadie los engañe mediante filosofías y huecas sutilezas, que siguen tradiciones humanas y principios de este mundo, pero que no van de acuerdo con Cristo”. Colosenses 2:8 RVC

Santiago: “La religión pura… consiste en… mantenerse limpio de la maldad de este mundo”. Santiago 1:27 RVC

Pedro: “Gracias al conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, habían logrado escapar de las contaminaciones del mundo…”. 2 Pedro 2:20 RVC

¿Qué es precisamente lo que significa mundo (a veces kosmos en griego, otras veces aion) en este sentido muy negativo? De acuerdo con Herman Ridderbos, Pablo lo usa para referirse a “la totalidad de la vida irredenta dominada por el pecado fuera de Cristo”. En otras palabras, mundo nombra la totalidad de la creación infectada por el pecado. Dondequiera que la pecaminosidad humana quiebre, tuerza o distorsione la buena creación de Dios, allí hallaremos el “mundo”. Mundo aquí es la corrupción de la tierra, la antítesis de la bondad creacional. De un modo similar, Santiago declara terminantemente, “¡Oh almas adúlteras! ¿No saben que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?” (Stg 4:4).

Todo esto parece estar muy claro. No obstante, debemos notar que los cristianos, virtualmente de cada denominación, han tenido la tendencia a entender “mundo” como una delimitada área que es llamada por lo general “mundana” o “secular” (de sæculum, el vocablo latino para aion), que incluye campos tales como el arte, la política, la academia (excluyendo la teología), el periodismo, los deportes, los negocios, etc. De hecho, según esta manera de pensar, el “mundo” incluye todo aquello que está fuera de lo “sagrado”, que consiste básicamente en la iglesia, la piedad personal y la “sagrada teología”. Por lo tanto, aunque cada cristiano pueda definir la línea divisoria en forma diferente, la creación se divide claramente en dos dimensiones: la dimensión secular y la dimensión sagrada.

Esta compartimentación es un muy grave error. Supone que no hay “mundanalidad” en la iglesia, por ejemplo, y que la santidad no es posible en la política, o digamos, en el periodismo. Define lo que es secular no con base en la orientación o dirección religiosa (obediencia o desobediencia a las ordenanzas de Dios), sino con base en el sector creacional que ocupa. Una vez más, es presa de la tendencia gnóstica profundamente arraigada de despreciar una dimensión de la creación (virtualmente toda la sociedad y la cultura) respecto de alguna otra, de desechar la primera como inherentemente inferior a la segunda.

Esta tendencia es un asunto serio y tiene consecuencias de gran alcance. Considera ahora cómo esto afecta nuestra lectura de las Escrituras. Cuando leemos las palabras de Cristo “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36), muchos de nosotros nos inclinamos a entenderlo como un argumento en contra de la participación del cristiano en la política, por ejemplo. En realidad, Jesús estaba diciendo que Su reino no surge del (griego: ek) mundo pervertido sino viene del cielo. Cuando Santiago dice que la religión pura es guardarse sin mancha del mundo, muy fácilmente leemos esto como una advertencia en contra del baile o del juego de naipes o el involucramiento en las artes dramáticas debido a que estos son simplemente “diversiones mundanas”. Pero Santiago advierte en contra de la mundanalidad dondequiera que se encuentre —ciertamente en la iglesia— y enfatiza aquí precisamente la importancia de la participación del cristiano en asuntos sociales. Por desgracia, tendemos a leer las Escrituras como si el rechazo a un estilo de vida “mundano” implicara la recomendación de un estilo de vida “ultramundano”.

Este enfoque ha conducido a muchos cristianos a abandonar la dimensión “secular” a las tendencias y fuerzas del secularismo. De hecho, debido a su teoría de las dos dimensiones, los cristianos son los únicos culpables en gran medida de la rápida secularización de occidente. Si la vida política, industrial, artística y periodística (por mencionar solo algunas de estas áreas), se califican como esencialmente “mundanas”, “seculares”, “profanas” y parte del “reino natural de la vida de las criaturas”, entonces, ¿no es acaso sorprendente que los cristianos no hayan sido más efectivos frenando la marea de humanismo en nuestra cultura?

La Biblia se refiere a la perversión y a la distorsión de la creación con muchas palabras diferentes. Además de “mundo”, usa términos tales como “futilidad”, “corrupción” y “esclavitud”. “Esclavitud” es de interés particular para nosotros porque ilustra la forma en que los estragos causados por la humanidad están asociados con la obra de Satanás. En la Biblia pecar es servir a Satanás —o más bien, estar esclavizado al servicio de él. Fuera del servicio a Jehová solo hay esclavitud consciente o inconsciente al servicio de Satanás. Esta es la verdad de la creación como un todo. Cuando la criatura no encuentra su libertad respondiendo obedientemente a las normas del Creador, ahí entra la esclavitud.

La esclavitud en la Escritura tiene que ver con la esclavitud al servicio de un imperio espiritual. La Biblia habla muy directamente del dominio del diablo sobre las criaturas de Dios y de las fuerzas demoníacas que el pueblo de Dios debe combatir. Satanás encabeza toda una jerarquía de espíritus malignos que buscan torcer y arruinar los buenos dones del Creador. En la medida que estos espíritus tienen éxito, la creación pierde su brillo, convirtiéndose en fea en vez de bella. En un sentido literal, el mundo llega a “endemoniarse” bastante. Es en este sentido que la Escritura llama a Satanás “el príncipe de este mundo” (Jn 12:31).

La acción de Satanás presenta un problema. Si la perversión de la creación está enraizada en la pecaminosidad humana, entonces ¿cómo es que la perversión también se le atribuye a Satanás? ¿No debe ser el villano uno de los dos: Satanás o el hombre? Las Escrituras son perfectamente claras en este asunto. Mientras constantemente vinculan la desobediencia de la humanidad a su lealtad a los poderes de la oscuridad, nunca disminuyen la responsabilidad propia de la humanidad. Pecar es estar en esclavitud a Satanás y, sin embargo, la excusa: “el diablo me hizo hacerlo” nunca es válida. A pesar del rol que juega Satanás, la humanidad es la que carga con la culpa de hacer gemir a la creación distorsionada. Aunque hay algo inescrutable aquí, como es el caso de la cuestión de la responsabilidad humana frente a la soberanía de Dios, ciertamente la Biblia lo enseña con claridad.

Considera el papel de Satanás en la historia bíblica de la caída. La dimensión terrenal aún está exenta del mal cuando la serpiente (que encarna al ángel caído del reino celestial) tienta a la humanidad a pecar. Solo cuando la humanidad peca, y solo por ese hecho, es que la buena dimensión terrenal queda sujetada a futilidad y a esclavitud. Satanás puede hacer estragos en el buen mundo solo si primero controla a la humanidad. La tierra y su condición son y seguirán siendo responsabilidad del hombre.

La totalidad de maldad y corrupción en la creación (esto es, el “mundo”) es por ende el resultado tanto del pecado humano como de la esclavitud de la criatura al servicio del diablo. Este nexo entre “maldad” y “esclavitud” es muy ajeno a la mente moderna debido a nuestro orgullo por la autonomía y libertad humanas. No obstante, esta asociación es obvia en las Escrituras y fue aceptada sin reparos por cristianos durante muchos siglos. Una reliquia curiosa e instructiva de esta identificación temprana y fácil entre maldad y esclavitud se preserva en la lengua italiana. La palabra común italiana para “mal” o “maldad” es cattivo, que es el descendiente directo del latín captivus (diaboli), “cautivo (del diablo).” Esta derivación refleja un genuino entendimiento de la enseñanza bíblica respecto de la naturaleza espiritual última de toda maldad.

Deberíamos también agregar que lo que hemos dicho eventualmente acerca de “mundo” y “mundano” corresponde al uso bíblico de “tierra” y “terrenal”. Cuando Pablo nos ordena hacer morir “lo terrenal en ustedes” (Col 3:5), lo cual identifica como “fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos” y cosas por el estilo, y cuando habla de los enemigos de la cruz que “solo piensan en lo terrenal” (Fil 3:19), claramente se refiere a la tierra caída y corrupta, no a la tierra que ha sido declarada “muy buena” en Génesis 1. Y puesto que fue la tierra, y no el cielo, la que se infectó con el pecado, hace la exhortación: “Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3:2). Pablo no quiere decir que cosas terrenales tales como la sexualidad, los deportes y la carpintería son malos en sí (son parte de la buena creación de Dios); él quiere decir que están corrompidos y contaminados, al ser comparados con la perfección de la habitación de Dios. A ellos debemos también aplicarles la petición: “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

Para resumir, hemos visto que la caída afecta todo el abanico de la creación terrenal; que el pecado es un parásito, y no una parte, de la creación; y que, en la medida en que afecta la tierra entera, el pecado profana todas las cosas, haciéndolas “mundanas,” “seculares,” “terrenales.” Consecuentemente cada área del mundo creado gime por la redención y por la venida del reino de Dios.

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Este artículo fue adaptado de una porción del libro La creación recuperada, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

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