El evangelio nos libera de ir a trabajar para demostrar lo que podemos hacer y para servirnos a nosotros mismos. Quizá nuestro objetivo no sea llegar a ser millonario, o comprar un mejor carro, o recibir el reconocimiento y la alabanza de los líderes de la industria, pero ¿es nuestro trabajo motivado por amor al mundo que nos rodea o por amor a nosotros mismos? ¿Hacemos nuestro trabajo para beneficiar a otros o para tener nuestro pequeño cielo aquí? El evangelio nos salva tan profundamente y nos satisface tan completamente que podemos entregarnos a nosotros mismos —nuestros dones, nuestras carreras, nuestras vidas— para ser usados para el bien de otros, especialmente para el bien de su fe y de su gozo en Dios. Donde sea que trabajemos, Dios nos ha puesto en ese lugar como agentes del gozo eterno. A continuación, hay ocho objetivos que deberían guiar la carrera de cada cristiano. Enamórate de estas aspiraciones y tu trabajo dará mucho fruto para Cristo, sin importar tu campo laboral.
1. Aspira a mostrar a Dios como alguien grandioso
La pasión de Dios por Su gloria inspira todo lo que Él hace, incluyendo el amar y salvar a pecadores (Is 44:22- 23). Y ahora Él llama a los redimidos a hacer todo para Su gloria: “Ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31). Todo lo que hagamos: sea en privado o en público, sea por recreación o por vocación, sea domingo o lunes, estemos solteros o casados. De todas las obras que Dios lleva a cabo en el mundo, la mayor es la revelación de Su asombroso poder y belleza a personas de todas partes. Donde sea que trabajemos, Él quiere que ese sea el objetivo de nuestra vida y de nuestra vocación —que las personas vean nuestro buen trabajo y le den la gloria a nuestro Dios (Mt 5:16).
2. Aspira a contribuir a la obra de Dios
Si nuestra única categoría para la obra del Señor es el ministerio cristiano, no tardaremos en desconectar nuestra vida vocacional de nuestra misión en la vida —exaltar a Dios y Su gloria. Todo trabajo es parte de la obra de Dios —preparado por Él, llevado a cabo mediante la fe en Él, y hecho para Él y delante de Él. Llevar la contabilidad de una empresa, desarrollar un programa y hacer una comida es parte de la obra de Dios, planeada por Él mucho antes de nuestro primer día de trabajo. Todas nuestras buenas obras fueron preparadas de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef 2:10). Nuestro trabajo es parte de la obra de Dios porque no podemos hacerlo sin Él. Nada, vocacional o no, agradará a Dios si no se hace en fe, es decir, confiando activamente en Él y atesorando a Jesús. Pablo dijo: “… y todo lo que no procede de fe, es pecado” (Ro 14:23, LBLA). La ruta del camionero, la precisión del cirujano, y el consejo del consejero son parte de la obra del Señor cuando lo hacemos en dependencia de Él, confiando en que Él nos dará la fortaleza, la sabiduría y la capacidad para hacerlo. Las palabras de Pablo en Colosenses 3:23-24 (“Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo… Ustedes sirven a Cristo el Señor”) no son consejos hiperespirituales para que puedas vencer las barreras psicológicas de tu trabajo. Cuando amamos a Jesús, todo lo que hacemos es un servicio hecho para Él.
3. Aspira a encontrar tu gozo en Dios, no en el dinero
“¿A quién tengo en el cielo sino a Ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra” (Sal 73:25). Quizá ninguna distracción será tan sutilmente atractiva como nuestra carrera (o el éxito, la fama y el dinero que conlleva). Al tener que dedicarle 100,000 horas, es obvio que nuestro trabajo consumirá gran parte de nuestro tiempo y atención. Sin embargo, nadie puede amar a Dios y al dinero —y eso incluye el éxito, el reconocimiento, el perfeccionismo y los ascensos. No es que sea malo para nuestra salud. Es que es imposible (Mt 6:24). La única forma de vencer estas amenazas a nuestra alma es procurando que nuestra mayor satisfacción esté en Dios. Isaías escribió: “¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no satisface? Escúchenme bien, y comerán lo que es bueno, y se deleitarán con manjares deliciosos” (Is 55:2). Alguien que come de esta manera —que se alimenta de lo que Dios es para él— no desperdiciará su vida deseando cosas más bonitas o queriendo estar un peldaño más arriba de su escalera corporativa. Quizá Dios nos conceda esto o aquello en nuestro trabajo, pero no significará nada comparado con Él (Jn 4:34). Y amar a Dios de esa manera es lo que nos llevará a tomar buenas decisiones respecto a dónde trabajar, y qué hacer con el dinero y la influencia que vayamos ganando en el camino.
4. Aspira a desconcertar al mundo
Empleados y empleadores, “les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Ro 12:1). Nuestra vida —toda nuestra vida, incluyendo nuestro trabajo— es un acto de adoración. ¿Cómo? “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente” (Ro 12:2). ¿Trabajaremos amoldándonos a este mundo o de una manera que lo desconcierte? Los seguidores de Jesús están llenos del Espíritu y deben ser notablemente diferentes a las personas que no conocen ni aman a nuestro Señor. Cuando la realidad central de nuestra vida cambia, debe haber cambios en nosotros. Queremos que el mundo quede tan desconcertado por la forma en que vivimos, trabajamos y gastamos que tenga que preguntarnos por la razón de nuestra esperanza en Cristo (1P 3:15).
5. Aspira a proveer para ti y para tu familia
Esto es natural para la mayoría. Todos necesitamos comer, así que todos necesitamos trabajar. Incluso dentro de la seguridad y generosidad de la iglesia, Pablo dijo: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma” (2Ts 3:10). Dios ha creado un mundo en el que sobrevivimos haciendo contribuciones tangibles e intercambiables a la sociedad. Vivimos por la fe, y comemos por el trabajo. Casi todo el mundo da esto por hecho, pero las personas que aman a Dios y temen al dinero podrían pasar esto por alto. Servimos a un Dios que provee (Lc 11:10-13; Stg 1:17), y reflejamos la generosidad de Su amor cuando proveemos para aquellos que nos han sido confiados. Cosas como planear, realizar un presupuesto y ahorrar no son actos sin fe. De hecho, esa es la clase de mayordomía que glorifica grandemente a Dios cuando se hace por amor a Él y a nuestras (futuras) familias. Es importante decir que esto no siempre estará relacionado a las finanzas. Los padres deben proveerse muchas otras cosas entre sí y a sus hijos. Proveer espiritual y emocionalmente puede incluso implicar hacer a un lado otro ingreso o algún ascenso, al menos por una temporada. El principio es proveer para los nuestros, lo mejor posible, de forma que apuntemos a la provisión de Dios para nosotros en Jesús.
6. Aspira a sobreabundar para otros
Para la gloria de Dios, debemos aspirar a proveer para los nuestros, pero no debería terminar ahí. Dios tiene muchos otros propósitos para nuestro dinero que simplemente nuestra comida, la renta y la gasolina. “El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados” (Ef 4:28). Pablo no dijo “para que no necesite robar”. No, el trabajo piadoso no solo me involucra a mí. Las profesiones que son verdaderamente cristianas, independientemente del campo laboral, sacian las necesidades de los demás. Los solteros usualmente pueden ser aún más generosos, porque solo están pagando las cuentas de una persona. La promesa que Jesús nos hizo es: “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hch 20:35). Somos necios al pensar que recibiremos bendiciones al quedarnos con todo lo que ganamos. Jesús promete que estaremos mejor —muchísimo mejor— cuando dejamos de acumular para nosotros mismos y damos libremente de lo nuestro a otros. Así que debemos orar (y entrevistar, negociar y firmar contratos) con esta meta en mente —compartir con otros de forma regular y radical de todo lo que tenemos y de lo que ganamos (1Ti 6:18).
7. Aspira a edificar y proteger a la iglesia
Dios salva al mundo a través de la iglesia (Ef 3:10). Es Su único medio para llevar el mensaje del evangelio a todos los lugares de trabajo y a todas las naciones del mundo. No existe un plan B, alguna estrategia no descubierta que pudiera reemplazar a la iglesia algún día. Y nuestra victoria a través de la iglesia es segura (Mt 16:18), así que nada de lo que invirtamos en ella será en vano. Todo nuestro trabajo debe contribuir a esa gran causa. La iglesia es un cuerpo formado por muchos miembros que son dependientes entre sí, funcionando como ojos y manos y pies (1Co 12:12-26). Si estamos siguiendo a Jesús, somos parte de ese cuerpo. La pregunta es si seremos un miembro activo y saludable. Si no lo somos, la iglesia sufrirá. Carecerá de los dones únicos que Dios nos ha dado para servirle. Puede ser enseñar, aconsejar, manejar las finanzas, dar la bienvenida, cocinar, conducir un vehículo o miles de otras cosas. Debemos considerar las formas en que nuestras 100,000 horas pudieran ser de mayor bendición a la iglesia local. Asombrosamente, el trabajo más importante de la iglesia no lo hacen los pastores (aquellos llamados al ministerio vocacionalmente), sino los miembros. Los pastores están ahí para “capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo” (Ef 4:12). Los pastores nos capacitan para el ministerio, y eso implica que debemos estar igual de involucrados en la misión que aquellos que son sostenidos económicamente por la iglesia. Eso hace que el trabajo de todo aquel que ame a Jesús, aunque no esté vocacionalmente en el ministerio, sea increíblemente estratégico para el Reino.
8. Aspira a trabajar por aquello que perdura
Ten en mente que esta vida es corta y que todo lo que no se haga para Cristo será en vano. Lucha contra la falsa idea de que tenemos que edificar y acumular en este mundo. Jesús dijo: “No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar” (Mt 6:19-20). Esto no necesariamente significa hacer algo explícitamente cristiano. Sí significa que las cosas hechas por razones egoístas y pecaminosas no perdurarán. Queremos que las inversiones que hagamos con nuestro tiempo, dinero, creatividad y talentos —con nuestra vida de solteros y nuestro trabajo— sean inversiones que perduren por la eternidad, y lo serán cuando le hablen al mundo acerca de nuestro Dios.
100,000 oportunidades
Si esos ocho objetivos son nuestros objetivos, entonces existen 100,000 (y más) buenas formas de invertir nuestras 100,000 horas, y en la mayoría de ellas no seremos remunerados por proclamar a Cristo. El ministerio cristiano vocacional no es la única opción. De hecho, para la mayoría de nosotros, el ministerio que más exaltará a Jesús no será “el ministerio”. Tal vez tus 100,000 horas suplirán las necesidades de ministerios estratégicos, o te capacitarán para servir a la iglesia de maneras únicas (tecnología, comunicaciones, mantenimiento y más), o te rodearán de personas que aún no han creído con quienes puedes compartir el evangelio de una forma más natural. Mantente abierto a un llamado específico de Dios hacia el ministerio vocacional, pero no pienses que es la única forma de tener un ministerio efectivo, fiel y fructífero. Ya sea que escribamos sermones sobre un escritorio, vendamos escritorios, armemos escritorios, consigamos la madera, o que instruyamos a los hijos del carpintero para que sean mujeres y hombres piadosos, Dios puede utilizar a los solteros de manera única y poderosa para llevar a cabo Su más grande misión en el mundo.
Extraído del libro “Soltero por ahora” de Marshall Segal