Hoy en día, no nos consideramos personas aisladas, o al menos no nos describiríamos de esa manera. Todos tenemos cientos de seguidores en Instagram o de amigos en Snapchat. Los “me gusta”, los comentarios y la atención crean una ilusión de comunión. Muchas personas saben mucho sobre nosotros. Pero la mayoría no nos conoce. Ven la selección de momentos que decidimos compartir, que son como una docena de piezas de un rompecabezas de mil piezas. Nadie puede ver la imagen completa en las redes sociales. Las publicaciones en nuestras cuentas nos hacen sentir que nos conocen, pero lo cierto es que impiden que nos conozcan verdaderamente.
Hebreos dice: “Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure ese ‘hoy’, anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado” (Heb 3:12-13). En poco tiempo, los cristianos aislados terminan siendo cristianos sin vida. Debido a cómo el pecado nos ataca —viviendo dentro de nosotros, morando en nuestros corazones, convenciéndonos de que lo falso es verdadero— necesitamos que otros nos recuerden regularmente (“cada día”) lo que es verdadero y nos adviertan de no jugar con el pecado ni ceder ante él. A medida que los cristianos van creciendo y madurando, no se supone que estén más desconectados ni que sean más independientes. La idea es que estemos más conectados y seamos más dependientes mientras esperamos que Cristo regrese. Nos debemos exhortar unos a otros cada día: aléjate del pecado, acércate a Dios y salva tu alma. Sin esas voces, estamos condenados. Satanás es demasiado convincente, demasiado persuasivo, demasiado astuto. Él nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y nos engañará hasta la muerte si se lo permitimos.
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“Las relaciones verdaderas, significativas y que transforman vidas no suceden ni perduran por accidente.”
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Dios puede utilizarnos para animarnos y desafiarnos unos a otros de muchas maneras, y eso incluye los mensajes de texto que enviamos y las publicaciones que compartimos, pero la forma más eficaz de luchar en esta guerra masiva es por medio del encuentro cara a cara y vida con vida, porque siempre seremos propensos a proyectar una imagen diferente de nosotros mismos, una versión de nosotros que nos guste, y no lo que realmente somos. La tentación sigue estando presente cuando nos encontramos con amistades cara a cara, pero es mucho más fácil escondernos detrás de una pantalla. Reunirnos con otros de manera regular nos hace más vulnerables ante ellos.
El autor de Hebreos escribió: “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca” (Heb 10:24-25). La inclinación natural de nuestras vidas será alejarnos de la vida en comunidad. Las relaciones verdaderas, significativas y que transforman vidas no suceden ni perduran por accidente. Requieren de esfuerzo e intencionalidad. Siempre seremos tentados a no reunirnos, a no exponernos regularmente —nuestras decisiones, emociones, cargas, pecados— ante otros creyentes. Lo digo por experiencia. El diablo no quiere que nuestros hermanos en Cristo nos conozcan, porque el verdadero conocimiento conduce al consuelo, la convicción, la sanidad y la santidad que él tanto odia.
Un jardín secreto de orgullo
Algo clave para caminar a través del dolor y la decepción son las personas que mantienes cerca. El sufrimiento puede ser la manera predilecta de Satanás para aislarte. El dolor puede convertirse en un jardín secreto de orgullo. No hablamos de él con frecuencia, porque es tan sensible, tan vulnerable —tan doloroso. Pero por más sensible que sea el tema del dolor, no abordarlo es igualmente peligroso. En el peor de los casos, puede llevarnos a dudar de la bondad de Dios, a revolcarnos en la autocompasión, y a alejarnos de Él y de todos los demás. El dolor se convierte en orgullo porque cree que nadie más entiende. “Nadie siente lo que yo siento”. Así que el dolor se aleja de cualquiera que quiera abordar su sufrimiento. Pero Dios se ha entregado a Sí mismo, nos ha dado Su Palabra, y nos ha dado hermanos para darnos fe, consuelo y fortaleza en medio de nuestro dolor, incluso el dolor más severo y particular.
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“Algo clave para caminar a través del dolor y la decepción son las personas que mantienes cerca.”
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Nuestra prueba para determinar si nuestro dolor está produciendo orgullo es preguntar cómo respondemos al ánimo que nos quieren dar los demás, sobre todo cuando se trata de otros creyentes que no entienden nuestra tristeza, soledad, desilusión o cualquier otra cosa que sintamos. ¿Estamos dispuestos a escuchar la esperanza que Dios nos da a través de alguien que no ha experimentado o no puede entender nuestro dolor actual? Si no estamos dispuestos, entonces nuestro dolor nos ha llevado al aislamiento y Satanás está teniendo éxito en su plan para nuestro sufrimiento.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Soltero por ahora, publicado por Poiema Publicaciones.
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Páginas 74